X
{{cat.name}}
{{singleVars.tipo}}
({{singleVars.numero}})
Las órdenes religiosas y los santos fundadores

Órdenes religiosas y evangelización

La Iglesia primitiva organizó su jerarquía eclesiástica basada en tres estamentos: obispos, presbíteros y diáconos. La aparición de lo que se denominaría órdenes religiosas tendría que esperar varios siglos más. Esto ocurrió en el siglo IV, cuando los eremitas se organizaron en comunidades administradas bajo una misma regla; es decir, bajo unos principios rectores que ordenaban la vida comunitaria y la espiritualidad. Esta es la historia de san Benito de Nursia a finales del siglo V para Occidente. Bajo la regla «Ora et labora» (reza y trabaja) fundó a los benedictinos, quienes se constituirían en uno de los ejes intelectuales y culturales de la civilización occidental. En la Baja Edad Media, hacia el siglo XIII, había dos tipos de clero: el monacal, que, como su nombre, lo indica, vivía en monasterios dedicados a la oración y el trabajo; y el clero secular, que atendían las villas y las parroquias bajo la autoridad de un obispo. El contexto de fortalecimiento de los núcleos urbanos, de la formación de la burguesía y de la nueva espiritualidad laica (Durán, 2008, p. 265) fue los que permitió la aparición de las órdenes mendicantes en las primeras décadas del siglo XIII. Franciscanos, dominicos, agustinos y mercedarios, entre las más importantes, cada una de ellas con historias particulares, aparecieron para ofrecer su espiritualidad a nuevos grupos sociales emergentes, principalmente a los laicos, idea que estaba comenzando a formarse. Los mendicantes se dedicarían principalmente a la evangelización y a la atención de los nuevos espacios urbanos. Pronto tomarían el control de las universidades medievales.

La Contrarreforma incentivó la importancia de las órdenes religiosas, les proporcionó una nueva dimensión y con ella adquirieron nuevas responsabilidades: sobre estas pesaba la responsabilidad de la restauración católica (Sánchez-Concha Barrios, 2003, p. 44). En este contexto se formó la Compañía de Jesús, hija predilecta de la Contrarreforma y abanderada de este proceso. El descubrimiento de América ocurrió casi al mismo tiempo que la Reforma. Luego, su proceso de evangelización fue entregado a las órdenes mendicantes y a las que recién se iban formando: la Orden del Carmen Reformada (carmelitas), la Orden del Oratorio de san Felipe Neri, los camilos, los mínimos de Francisco de Paula, etc. Aunque muchas de estas llegaron en el siglo XVII, la evangelización del nuevo continente fue entregada fundamentalmente a los “grandes” mendicantes —franciscanos, dominicos, mercedarios y agustinos—, y en menor medida al clero secular, escaso por demás y menos organizado. Por todas estas razones, la iconografía de las órdenes religiosas, así como sus representaciones visuales y presencia en la cultura visual, alcanzó relevancia en la segunda mitad del siglo XVI (Sebastián, 1990, p. 290).

Representar a los fundadores era importante porque ellos marcaban la espiritualidad de la orden, se proponían como modelos de comportamiento y establecían una actitud frente a la evangelización.

Como Iberoamérica debía ser evangelizada, con el tiempo se fue organizando la presencia de las grandes órdenes en cada territorio y, por supuesto, se hicieron pinturas de sus fundadores. Representarlos era importante porque marcaban la espiritualidad de la orden, se proponían como modelos de comportamiento y establecían una actitud frente a la evangelización. La cristianización por parte de agustinos, franciscanos o dominicos guardaba diferencias en cuanto a métodos, tipo de educación o formas de devoción. Más adelante, entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII, se instalaron los jesuitas y otras órdenes.

Mapa 1. Santos fundadores en proporción a la pintura de santos

El proceso no fue igual en todos los territorios. En algunas regiones, especialmente donde había grandes concentraciones indígenas, la evangelización y la organización de las provincias de las comunidades religiosas comenzó más temprano, como sucedió en la Nueva España y Perú. Les siguieron los territorios aledaños, Guatemala, Quito, Nueva Granada, Venezuela y la Audiencia de Charcas. Un poco más leve y más tardío se dio en los territorios periféricos: Chile, Río de la Plata y Nueva Galicia (México). Incluso aún en el siglo XVIII se seguían creando nuevos territorios de misiones. Esta desigualdad en la ocupación y organización de las comunidades religiosas afectó lo que se pintaría. Como puede verse en el mapa 1, la mayor parte de América tiene una producción semejante, entre el 20 % y el 25 % de santos y santas fundadores con respecto al total de los santos pintados, con excepción de Guatemala, Brasil y Chile, cuyas proporciones son más altas. Se destaca igualmente el caso de los territorios anglosajones porque en alguna época hubo misiones católicas en el sur de lo que actualmente es Estados Unidos. Estos datos se ratifican en los porcentajes de la gráfica sobre los santos más representados, el 28 % de la pintura corresponde a estos fundadores, el 20 % masculinos, el 8 % femeninos. Pero hasta aquí no se ha mencionado a las comunidades femeninas.

Las órdenes femeninas llegan tarde, generalmente a finales del siglo XVI, pues como no tenían misiones de evangelización ni educación, su presencia estaba más restringida. El tema de las fundadoras es escaso y más si se compara con la gran cantidad de representaciones masculinas: como se observa en la gráfica de los santos fundadores de órdenes, solo el 25 % es femenino, y, de este porcentaje, casi el 21 % corresponde a una sola santa, Teresa de Ávila. Como las órdenes femeninas son pocas, la pintura de sus fundadoras es igualmente escasa. El papel de los conventos femeninos es primordial, pues, además de que se comportan como la catarsis del cuerpo social, es el espacio de protección de las mujeres españolas y criollas.

 

Temporalidad de las órdenes

Gráfica 1. Línea de tiempo de las órdenes religiosas y los santos fundadores

Las pinturas de los santos fundadores pueden considerarse en función de la instalación de las órdenes, por lo cual su presencia es evidentemente fuerte en el último cuarto del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, como se aprecia en la línea de tiempo (gráfica 1). El periodo corresponde a la fundación de una buena parte de los templos y conventos tanto urbanos como rurales. Igual sucede con la creación de cofradías dedicadas a estos fundadores y la organización de las misiones. La concentración de pinturas relacionadas con estos establecimientos es resultado del proceso de evangelización ya decantado, lo que posibilita la organización de las comunidades, en las que la pintura cumple un papel importante. En el siglo XVII se presentan leves incrementos y un equilibrio en el siglo XVIII, cuando ya las órdenes religiosas se encuentran estables y prácticamente no hay fundaciones significativas. La pintura femenina es más tardía y en proporciones pequeñas, como ya se ha mencionado.

 

Las imágenes de santos fundadores

La pintura de fundadores es compleja en sus modelos y prototipos porque cubren diversas necesidades: desde devociones personales, hasta series completas, algunas muy grandes en tamaño y cantidad, que se emplean en los claustros o las iglesias. Para comprender sus características, en primer lugar deben destacarse las diferencias entre las pinturas masculinas y las femeninas, no tanto por la cantidad sino en relación a los patrones. Las femeninas identificadas hasta el momento indican que solo se ejecutaron representaciones de tres fundadoras: santa Clara, cercana a los franciscanos; santa Teresa de Jesús, carmelita descalza; e Inés de Montepulciano, de espiritualidad dominica, que en realidad no es fundadora ni santa, pero tuvo varios conventos a su nombre. Fue beatificada en 1608 y canonizada en 1726. Se  encuentran pequeñas cantidades de pinturas de las fundadoras santas Clara e Inés, especialmente en la Nueva España, la Nueva Granada, Quito y Chile, donde la elaboración en series no habitual —una de santa Clara en Tunja, otra de Santa Inés en Bogotá—. Por lo general se trata de relatos aislados, en los cuales sobresale la tradicional escena de la santa con su atributo o en el momento de las visiones místicas. La escena más frecuente de santa Clara es con su atributo, la custodia (Arca 3264). La que tiene la mayor cantidad de imágenes es santa Teresa del Niño Jesús, no en vano es la segunda del santoral (gráfico) con más representaciones en la América colonial. A diferencia de las anteriores, se distinguen al menos cinco maneras de pintarla, siendo la manera tradicional la santa de medio o cuerpo entero con un libro abierto o ejerciendo de escritora, con el atributo acostumbrado.

Ilustración 1. Anónimo, Escenas de la vida de santa Teresa. Óleo sobre madera, siglo XVIII, Brasil. Igreja do Carmo, São Cristóvão, Brasil. (Dominio público)

 

Las siguientes tres formas de representación de santa Teresa están relacionadas con acontecimientos que marcan su espiritualidad y conectadas con algunas historias de su vida. La más importante de ellas es la «transverberación», conocido acontecimiento místico en el cual un ángel le atraviesa el corazón con una flecha (ilustración 1). Estas se encuentran por toda América y en un formato muy similar al de la ilustración, lo que cambia son las diferentes escenografías, unas más complejas que otras (Arca 830). El segundo conjunto son las visiones, también acciones que se desprenden de su condición mística (Arca 13628). Este tema es visualmente importante porque santa Teresa era conocida entre las monjas de clausura de todas las órdenes por sus visiones, buena parte de ellas relatadas en sus escritos espirituales. Las visiones cubren un extenso material espiritual que sin dificultad se encuentra repetido retóricamente en las vidas de las monjas hispanoamericanas, que relataron sus experiencias místicas, la mayoría de ellas tomando estas escenas de Teresa como fuente de inspiración (Rodríguez Nóbrega, 2008, p. 42). El tercer grupo son escenas de la vida de la santa, en las cuales se vinculan acontecimientos de su existencia o de su experiencia espiritual, buena parte de ellas relatadas en sus escritos (Arca 2207). Este material podía emplearse para la meditación y la devoción, aunque también muchas de estas pinturas son partes de series que se fragmentaron. Estas fueron la última y más numerosa forma de pintar asuntos de la vida de la santa, series que con el tiempo se dispersaron.

La pintura masculina de fundadores es muchísimo más compleja y abundante que la femenina, quintuplicada solamente por el número de fundadores de órdenes. Aunque los números son variables, en la gráfica sobre los santos fundadores se observa que son cerca de quince fundadores masculinos los que aquí se representan. Este conjunto de santos puede subdividirse en tres grandes grupos: aquellas órdenes que están presentes de manera sobresaliente en la mayor parte de los territorios coloniales y que contribuyeron a desarrollar una cultura visual más compleja sobre sus fundadores: dominicos, jesuitas, carmelitas, agustinos, franciscanos, etc. En el segundo grupo se encuentran aquellas órdenes que llegaron mucho más tarde y con una presencia menor, en buena medida porque su énfasis era muy especializado, como los hospitales, entre ellos, los camilos (Arca 11269), los juanistas (Arca 708), los trinitarios (Arca 14146), los mínimos, etc. Además, estas comunidades estuvieron presentes solo en algunas regiones coloniales. En el tercero grupo están aquellas órdenes que no llegaron a la América colonial, pero sus fundadores habían sentado un importante precedente espiritual, especialmente en la Edad Media, como san Bernardo (Arca 7114) y san Bruno (Arca 17964) (cistercienses y la Cartuja, respectivamente). Vale la pena mencionar que la importante orden de los benedictinos, de carácter monacal, solo tuvo presencia en Brasil, al fundarse su primer convento en 1586 en São Sebastiao do Bahia, que fue el primero de cuatro construidos antes de que finalizara el siglo XVI. Situación muy particular que explica por qué la mayor parte de las pinturas de este santo son de esta región.

Ilustración 2. José Juárez, La aparición de la Virgen y el Niño a san Francisco. Óleo sobre tela, ca. 1660, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Las pinturas de estos dos últimos conjuntos cumplen con las características de la narración típica de los santos en los siglos XVII y XVIII. Se trata de imágenes que presentan en la mayoría de los casos a los fundadores con sus atributos particulares, así como con los rasgos que les corresponden: por ejemplo, san Juan de Dios con el niño y/o la granada (Arca 910); san Felipe Neri con su hábito negro y la azucena (Arca 7622). La otra posibilidad es la representación de escenas de su vida relacionadas con la experiencia espiritual que narran sus hagiografías. Esto aplica a la mayoría de los santos, pero lo que distingue a los santos fundadores de órdenes es que sus representaciones acusan una mayor complejidad conceptual y riqueza visual. Las escenas son más variadas y exploran mucho más la vida del personaje y sus implicaciones sicologistas.

En el caso de las fundadoras, esta situación aplica a santa Teresa de Jesús, y entre los fundadores masculinos, a los santos Francisco de Asís, Domingo de Guzmán e Ignacio de Loyola, puesto que sus órdenes estuvieron vinculadas de manera más fuerte a la cultura visual, ya sea por la cantidad de misiones a su cargo, porque su cultura espiritual lo imponía así o como consecuencia del carisma de sus fundadores. Un ejemplo muy visible es la vida y obra de san Ignacio de Loyola, que desbordó su propia orden y su espiritualidad era seguida por miembros de otras comunidades religiosas. Basta con citar la proliferación y uso de los Ejercicios espirituales. En el contexto de las grandes órdenes deben tenerse en cuenta dos fundadores “míticos”, en el sentido que no pertenecen al tiempo de fundación de la respectiva orden: el profeta Elías del Antiguo Testamento, en el caso de los carmelitas, y san Agustín, que vivió en el siglo V, de los agustinos. Para todo este conjunto de santos fundadores, las tipologías narrativas visuales cumplen los mismos preceptos. Por lo general, son pinturas del santo con su atributo (Arca 4340) o contienen escenas particulares de sus vidas (Arca 4409). Pero a diferencia de las de otros santos menos populares, estas pueden tener una fuerza narrativa de mayor complejidad (ilustración 2, Arca 1615), enlazándose elementos de la cultura devocional, alegorías, historias visuales del santo, etc. Escogido casi al azar, este ejemplo de san Ignacio de Loyola (Arca 2000) no sería usual en otras representaciones de santos.

Ilustración 3. Anónimo, Vida de Pedro Nolasco. Óleo sobre tela, siglo XVII, Cuzco, Perú. Museo de La Merced, Cuzco. (Fotografía de Jaime Borja)

 

Un último problema relacionado con estos fundadores “importantes” son las series. Prácticamente son los únicos santos que tienen narraciones secuenciales que cuentan el proceso de sus vidas, atado a las formas tradicionales de la hagiografía. Las mayores series de pinturas, y con más presencia regional, son las vidas de san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús y san Agustín de Hipona —inspirador de la orden de san Agustín—. En menor cantidad, las series de los santos Ignacio de Loyola, Domingo de Guzmán y Pedro Nolasco (ilustración 3). Las series tienen un ingrediente adicional, son de gran formato y tienen cartelas numeradas en las que van contando, en un orden predeterminado, los distintos episodios de la vida del santo, aunque muchas veces estas ordenaciones cambiaban de acuerdo con nuevas formas de leer al santo (Justo Estebaranz, 2008, p. 70). Estas series son importantes porque revelan las condiciones económicas de la comunidad, debido a los costos de las pinturas, además del nivel de espiritualidad o las distintas lecturas de los santos de su devoción.

 

El carácter histórico de las comunidades

El valor histórico de las comunidades religiosas y la manera como difundieron la espiritualidad de sus santos fundadores, empleando para tal fin la tradición visual iberoamericana, es innegable. El efecto cultural de emplear este canal visual posibilitó comunicar una riqueza cultural que desbordaba muchos más ámbitos que solo la experiencia religiosa, mística o evangelizadora. Es decir, las comunidades religiosas trasmitieron a través de la pintura de sus fundadores, sin olvidar los demás santos, los conocimientos acumulados, información sobre sus universidades y la educación de la época, sus vínculos con el gobierno civil, algunos elementos de la arquitectura, las ciencias físicas y la literatura, entre muchas otras cosas. Estas pinturas deben considerarse en el complejo cultural en el que se insertaron. Y no solo se trata de ponerlas en comparación con el clero secular, sino de comprenderlas en relación a la importancia de las comunidades religiosas y la manera como abarcaron los espacios culturales y sociales. En estas pinturas se encuentran datos de las bibliotecas coloniales de san Agustín, los hospitales de san Juan de Dios o las universidades de los jesuitas. En muchos de estos espacios, además, se apoyaba la cultura visual. Las boticas, muchas de ellas jesuitas, proveían a los pintores de muchos de los pigmentos que empleaban para la preparación de los colores (Siracusano, 2006, p. 224), utilizados también en los libros y los grabados en los que se “creaba” la imagen.

En una sociedad que se entendía como el cuerpo de Cristo, el cuerpo místico, los conventos femeninos fungían como la parte del cuerpo que debía sufrir para la catarsis del cuerpo social.

No menos importantes son los conventos femeninos (Muriel, 2003, p. 68). En una sociedad que se entendía como el cuerpo de Cristo, el cuerpo místico, los conventos femeninos fungían como la parte del cuerpo que debía sufrir para la catarsis del cuerpo social. Allí está la importancia de santa Teresa de Jesús y no solo para las monjas de su orden, El Carmen. Santa Teresa se constituyó en un importante ejemplo a seguir de lo que debía ser la vida conventual. Sus escritos fueron emulados y citados a lo largo y ancho de la cultura colonial por monjas de muchas otras órdenes. La lectura de sus obras, especialmente Las moradas o El castillo interior, inspiraron las visiones de muchas otras santas y santos. Sus narraciones ampliadas se convirtieron en imágenes que alimentaron otras imágenes, no solo visuales sino también mentales.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Durán, Norma. (2008). Retórica de la santidad. Renuncia, culpa y subjetividad en un caso novohispano. México: Universidad Iberoamericana.

Justo Estebaranz, Ángel. (2008). Miguel de Santiago en San Agustín de Quito. La serie de pinturas sobre la vida del santo. Sevilla: Edición Digital.

Muriel, Josefina. (2003). Los conventos de monjas en la sociedad virreinal. En Instituto Nacional de Antropología e Historia. Monjas coronadas. Vida conventual femenina en Hispanoamérica. México: Inah.

Rodríguez Nóbrega, Janeth. (2008). Arte y mística en Venezuela. Las visiones celestiales y el éxtasis en la pintura de la provincia de Caracas. León: Universidad de León.

Sánchez-Concha Barrios, Rafael. (2003). Santos y santidad en el Perú Virreinal. Lima: Vida y Espiritualidad.

Sebastián, Santiago. (1990). El Barroco iberoamericano, mensaje iconográfico. Madrid: Ediciones Encuentro.

Siracusano, Gabriela. (2006). El poder de los colores. De lo material a lo simbólico en las prácticas culturales andinas, siglos XVI- XVIII. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Ramos Medina, Manuel. (1990). Imagen de santidad en un mundo profano. Historia de una fundación. México: Universidad Iberoamericana.

Rubina Vargas, Celia. (2015). Narrativa visual y literaria en el ciclo de la vida de san Pedro Nolasco en el claustro del convento de la Merced del Cuzco. En Cecile Michaud (ed.), Escritura e imagen en Hispanoamérica. De la crónica ilustrada al cómic. Lima: Fondo editorial, Universidad Católica.

 

 

Contenidos recomendados