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La Iglesia primitiva en la América colonial: anacoretas, eremitas y padres de la Iglesia

Santos del desierto y padres de la Iglesia

Los primeros siglos de formación del cristianismo son complejos. Una religión de origen judío, que se movía en el ambiguo contexto cultural del Imperio romano y que absorbía principios filosóficos griegos para darle consistencia a su doctrina. Esto requirió de varios siglos para darle forma a todos estos elementos, así como también necesitó mucha capacidad de adaptación para definir sus estrategias espirituales. Buena parte de esta tarea la asumieron los llamados «padres de la Iglesia». Se trata de varias generaciones de miembros de la Iglesia que se encargaron de aportar diversos elementos filosóficos, teológicos y litúrgicos para proporcionarles consistencia a la comunidad cristiana y a su doctrina. La tradición se inició con la generación que heredó los postulados de los apóstoles, quienes recibieron el nombre de «padres apostólicos». La generación que le siguió fueron los llamados «padres apologéticos», quienes se encargaron de defender al cristianismo de los fuertes ataques que recibieron de los intelectuales paganos en el siglo III. Estos se encargaron de proporcionarle al cristianismo postulados filosóficos tomados del neoplatonismo, el epicureísmo y el estoicismo, entre otros (Alvar et al., 1995, p. 227).

Mapa 1. Porcentaje de anacoretas, eremitas y padres de la Iglesia en relación al conjunto de santos

El grupo principal, el que nos compete, es la generación que le siguió a esta, los llamados «grandes padres», que se ubican entre los siglos IV y V. A finales del siglo V ya se conocían como “padres” porque se reconocía en ellos el origen de la consolidación de la doctrina cristiana. Se les clasificó en dos grandes grupos: los padres latinos, porque escribían en latín y pertenecían a la tradición occidental del Imperio romano, entre ellos, Agustín de Hipona (ilustración 3, Arca 2293), Jerónimo, Ambrosio de Milán y Gregorio el Magno. Los segundos, los padres griegos, o también llamados «padres de Oriente»: Atanasio de Alejandría, Basilio el Grande, Juan Crisóstomo y Gregorio Nacianceno. Gracias a su labor, el cristianismo y la Iglesia como institución habían adquirido una forma bastante definida ya a finales del siglo V. Por esta razón, a estos personajes se les rindió culto, fueron santificados en su mayor parte y adquirieron una gran importancia como autoridades. Por otro lado, existió otro grupo llamado «padres del desierto», que hacen parte de un movimiento nacido a finales del siglo III en los desiertos de Egipto y el cercano Oriente, y que se extendió hasta el siglo V; estos hombres elegían una forma de vida aislada de la sociedad, para llevar a cabo prácticas ascéticas y penitenciales extremas en la búsqueda de la salvación personal.

Estos sujetos recibieron de manera individual el nombre de «eremitas», y cuando alguno de ellos reunía un grupo de discípulos para compartir algunos aspectos de la vida espiritual se les denominaba «anacoretas». Estos anacoretas dieron origen a la formación del sistema monástico que fue tan importante en la Edad Media y Moderna. Tanto los anacoretas como los eremitas dedicaban su tiempo a la oración, el ayuno, el trabajo, la penitencia y, especialmente, el silencio. A estos también se les llamó «santos de la Tebaida» y el lugar preferido para llevar a cabo su forma de vida fueron los desiertos, especialmente en lo que actualmente es Siria y Egipto. Antonio Abad, Pablo Ermitaño, Onofre, Pacomio o Palemón el Estilita, quien vivía en lo alto de una columna, fueron observados como sujetos de alta santidad, un modelo estricto de seguimiento del cristianismo. Siguiendo esta propuesta de vida, Benito de Nursia creó los benedictinos en el siglo V, la primera orden monástica en Occidente. Si bien este fue un modelo enteramente masculino, en la Edad Media se levantaron las leyendas de algunas mujeres eremitas, como la de María Magdalena y María Egipciaca.

Como se trataba de consolidar una cristiandad en la Indias Occidentales era fundamental el recurso al fortalecimiento de la doctrina y, sobre todo, establecer el fuerte parentesco de esta Iglesia indiana con la Iglesia cristiana antigua.

Como el tema de los padres de la Iglesia era tan importante, este se forjó con relativa fuerza en la América colonial, pues era útil para fortalecer la doctrina y consolidar una cristiandad en la Indias Occidentales. Pero, sobre todo, para establecer el fuerte parentesco de esta Iglesia indiana con la Iglesia cristiana antigua, por lo que se desarrolló una fuerte presencia en la pintura de temas asociados con los padres de la Iglesia, anacoretas y eremitas. Pero, como en otros temas, esto no ocurrió de manera uniforme, sino que se dio en proporciones relativas. Si se observa la gráfica de santos de la Iglesia primitiva se notará que los padres de la Iglesia tienen un porcentaje de representación similar al de los apóstoles, y entre los dos suman el 50 %. La presencia de las mujeres es débil, como en casi todos los temas de santidad, y si no fuera por las mártires no tendrían más de un 5 % del total del conjunto. En todo caso la presencia visual femenina en esta categoría no llega al 20 %.

En la América colonial, la cultura visual recreó la importancia de estos temas, principalmente incentivando la representación de aquellos santos que dignificaban la penitencia, uno de los sacramentos que trató de fortalecer el Concilio de Trento. Las regiones con mayor capacidad de escenificar a este tipo de santos se encuentran en América del Sur, especialmente en Quito, donde había especial interés por los padres de la Iglesia. Los porcentajes de presencia de estas clasificaciones de la Iglesia primitiva con respecto a la totalidad de los santos guardan promedios similares en casi toda Hispanoamérica, siendo los porcentajes levemente más bajos en Chile y Río de la Plata (mapa 1). Si se observa en mayor detalle, los padres de la Iglesia, incluyendo a los del desierto, fueron más representados en los territorios andinos, en donde se destacan Quito, Perú y la Nueva Granada. De estos, los anacoretas y eremitas se ejecutaron mayoritariamente en el Perú, mientras que las pinturas de padres son más quiteñas y neogranadinas. Como se observa en el mapa y sus proporciones, la mayor parte de las regiones tienen representaciones de estos temas, pues finalmente los padres de la Iglesia comprometían la identidad de esta y sostenían la ortodoxia.

 

Temporalidad de los padres

El tema de estos santos padres de la Iglesia y el de los anacoretas tienen distintos desarrollos durante el periodo colonial. Los padres de la Iglesia se encuentran presentes a lo largo de todo el periodo colonial, mientras que los anacoretas son un fenómeno centrado en el siglo XVII, como puede observarse en la línea de tiempo (gráfica 1). Esta perspectiva es clara si nos acercamos al importante papel que tuvieron los anacoretas en la espiritualidad barroca; por eso están presentes en el siglo en el que se concentra esta experiencia.

Estos aspectos pueden compararse con los de dos mujeres que, aunque no fueron explícitamente anacoretas, el imaginario medieval y barroco las interpretó de esta manera. Ambas, María Magdalena y María Egipciaca, tienen producción constante, de las cuales se destaca la imagen de María Magdalena, que encarna la penitencia barroca.

Gráfica 1. Línea de tiempo de la Iglesia primitiva en la América colonial

 

Los padres del desierto y la Iglesia

El tema de los padres y los anacoretas fue sobresaliente en la cultura visual colonial. La división tradicional entre padres latinos y griegos se mantenía aún en estos siglos modernos, pese a que había un pasado conflictivo entre la cristiandad latina occidental y la ortodoxa oriental. Debe recordarse que desde el 1077 se habían roto la unidad entre la Iglesia latina occidental y romana con la Iglesia griega basada en Oriente, que desde entonces había fijado su centro en el patriarcado de Constantinopla. Para el siglo XVI, después de la toma turca de Constantinopla (1453), el eje se había desplazado hacia Moscú. Sin embargo, y a pesar de los avatares políticos, los padres orientales seguían siendo padres y el Occidente católico los reconocía como tales. Sin embargo, la valoración se inclinaba hacia los occidentales latinos, la representación de los orientales eran mucho más escasa. La cultura visual se orienta principalmente hacia los grandes padres, pues, además, no se encuentran representaciones de los padres apostólicos o los apologistas, pese a la importancia teológica y dogmática de algunos de ellos, como Tertuliano, Orígenes o Clemente de Alejandría.

Quizá una de las razones válidas es que la mayoría de estos primeros padres no fueron elevados a la condición de santos, luego no eran objeto de devoción. En segundo lugar, el culto a los grandes padres de la Iglesia también se entiende porque, como escritores, aportaron elementos teológicos fundamentales para la lucha cristiana contra los idólatras y los infieles. Además, algunos de ellos, como san Agustín y san Jerónimo, fueron los fundadores míticos de órdenes religiosas como los jerónimos y los agustinos. De esta manera, los más representados fueron los cuatro padres latinos: san Jerónimo, san Agustín, san Ambrosio y san Gregorio. El patrón de representación de estos dos últimos generalmente es muy similar, el santo sentado sosteniendo un libro y una pluma (Arca 4834). Cambia el escenario y en ocasiones la posición corporal; especialmente se les acompaña de bibliotecas como símbolo de su saber, pues además de padres de la Iglesia, la mayoría de ellos fueron declarados doctores de la Iglesia. Lo que los hace similares visualmente también es la circulación de las estampas que fueron muy populares, como el caso de san Gregorio. Lo que distingue a uno de otro son los atributos: Gregorio tiene los símbolos papales, mientras a Ambrosio se le caracteriza con un panal de abejas.

Ilustración 1. Baltasar de Echave Ibía, San Pablo y san Antonio ermitaños. Óleo sobre cobre, primera mitad del siglo XVII, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

De estos dos padres, quizá la única escena que es diferente es la referida al famoso pasaje del Cristo que cobra vida durante una misa que celebraba san Gregorio (Arca 16323). La escena tiene parentesco compositivo con la misa de Nicolás Tolentino. Este tipo de escenas tiene dos sentidos: primero, insistir en el carácter milagroso de la imagen y, segundo, marcar la importancia de los sacramentos que habían atacado los protestantes; en este caso, el carácter milagroso y representativo de la misa. Este mismo problema es el que le da un lugar especial a san Jerónimo. A pesar de la gran cantidad de representaciones, el modelo casi siempre es el mismo: el santo medio desnudo está cerca de una cueva y tiene el libro, la calavera y algún instrumento de autocastigo, una piedra o disciplinas (Arca 5516). Lo acompaña un león. San Jerónimo fue el traductor de la Vulgata, la Biblia traducida del griego al latín. Pero, además, era uno de los mejores ejemplos de penitencia, y para la sociedad barroca, teniendo en cuenta que los protestantes habían cuestionado la penitencia y la confesión, era muy importante fortalecer este sacramento como sentimiento.

San Jerónimo, además, se encontraba a medio camino entre los padres de la Iglesia y los del desierto. También había sido uno de ellos. Como él, otros encarnaban la penitencia. Este era el prestigio que tenían las pocas mujeres que la pintura representó como ascetas o eremitas: María Magdalena y María Egipciaca. Ambas eran ejemplo de penitencia, un modelo de mujer aislada, pero, fundamentalmente, María Magdalena tenía un valor similar a san Jerónimo: la leyenda medieval de Santiago de la Vorágine forjó el mito de la prostituta arrepentida que se retira a una cueva a hacer penitencia, y esta es la imagen que el Barroco se apropia de esta mujer, cuyas abundantes representaciones son muy parecidas (ilustración 2, Arca 16679). Detrás de ella, o de la Egipciaca (Arca 19267), que es muy similar en su composición visual, se encuentra el culto barroco a la penitencia, además de ahondar en un modelo de mujer. Aunque no hacen parte de la tradición de los padres del desierto, esta forma de pintarlas las acercaba a ellos. Prácticamente con ellas se agotan las pinturas de las mujeres de la Iglesia primitiva, aunque eventualmente se tiene en cuenta a otras mujeres, como santa Mónica (Arca 6015), la madre de san Agustín.

Ilustración 2. Angelino Medoro, María Magdalena penitente. Óleo sobre tela, 1587, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

No sucede lo mismo con los anacoretas y eremitas. Los más frecuentes son san Antonio Abad, san Onofre y san Pablo Ermitaño (ilustración 1, Arca 1442). Las representaciones tienden a destacar tres elementos interesantes: el primero de ellos, la desnudez como principio de pobreza (Arca 5544), con lo cual se muestra una serie de valores cristianos. El segundo, la exuberante naturaleza (Arca 5512), que recuerda el carácter alegórico del regreso al paraíso, la experiencia de vivir en un jardín del edén para aquellos que viven una espiritualidad en la pobreza y sin vida material. En tercer lugar, la soledad, condición de los eremitas, generalmente acompañados de animales, algunas veces míticos como el unicornio (Arca 5012).

De todos ellos, el santo padre que más representaciones tiene es san Agustín (ilustración 3), como lo muestra la gráfica. Entonces, hacer un análisis de sus modelos visuales resulta bastante complejo, como puede notarse, por ejemplo, en la serie que narra su vida y que se encuentra en el convento de San Agustín en Quito (Justo Estebaranz, 2008, p. 83). Sin embargo, a manera de generalidades, puede indicarse que es el padre de la Iglesia con más tipos de representación y, de hecho, uno de los santos con mayor cantidad de series sobre su vida. Las dos cosas son significativas por dos razones: es el fundador “lejano” de la Orden de los Agustinos y, además de sus aportes teológicos, su vida es un ejemplo de conversión. En su juventud había sido maniqueo, convertido al cristianismo fue uno de los teóricos de la lucha contra los idólatras, uno de los problemas que encaró el cristianismo colonial porque vinculaba ritos indígenas con paganismo. La pintura de sus atributos cumple los estándares de la mayor parte de los doctores de la Iglesia, de lo cual existen grabados bien conocidos (Pessca 2010A/3217B). Sin embargo, es usual la representación de escenas de su vida —lo que no ocurre con ningún otro padre de la Iglesia—, entre las que se cuentan la relación con su madre Mónica, el ofrecimiento del corazón flagelante, pinturas alegóricas (Arca 10602) y visiones (Arca 14223). No hay representaciones de milagros y hacen falta escenas de su vida relacionadas con los acontecimientos narrados en las Confesiones, su conocida autobiografía. Finalmente, es interesante hacer notar que una buena parte de estas pinturas, incluso las que circularon en la Nueva Granada y Chile, eran de origen quiteño.

 

De anacoretas y padres como modelos de vida

El modelo visual de anacoretas y padres de la Iglesia tiene distintos alcances en la sociedad colonial. La frecuente reproducción de estos santos deja entrever que se trata de modelos de comportamiento dirigidos a un público que tenía suficientemente claro el tipo de santidad que se referenciaba. Los eremitas y anacoretas estaban relacionados con la experiencia del desierto, lugar en el que la carencia de todos los elementos básicos de subsistencia permitía el desarrollo de la ataraxia espiritual. Esta era entendida como aquel tedio que posibilita las complejas relaciones místicas, desde la penitencia hasta la mortificación de los sentidos, como camino previo a la vida espiritual. En esta forma de interpretarlos se encuentra la barroquización de estos santos, pues se pone en función de ellos varios artilugios que conducen a la meditación espiritual, como el sentido del desengaño, la experiencia de la mortificación del cuerpo y la idea de sacrificio. Una interpretación de sus vidas a partir de la cultura barroca incluía observarlos como el modelo ideal de cuerpos en continua penitencia, que se alejan de todo el ordenamiento de la sociedad para lograr su perfección (Rodríguez de la Flor, 2002, p. 261).

Ilustración 3. Antonio Rodríguez, San Agustín. Óleo sobre tela, 1653, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Los eremitas tienen sentido en una sociedad para la cual la perfección corporal, el abandono de las vanidades y, sobre todo, el aislamiento social tienen efectos dentro de un modelo de comportamiento austero y especialmente muy penitencial, uno de los ideales de la cultura barroca.

A esto debe agregarse el conocido sentido que tiene el desierto en la mística oriental, el laberinto, que en las versiones medievales se transforma en el bosque. La cultura visual de la América colonial sigue esta versión. Los padres del desierto pasan sus días en lugares de espesa vegetación. Los pintores coloniales les imprimen un sinnúmero de elementos que hacen parte de la fauna y la flora americana, entonces los paisajes se criollizan. De este modo se vincula a estos santos de la Tebaida a contextos conocidos, al tiempo que se incentivan valores que hacen parte de la tradición cristiana para las Indias.

Los eremitas tienen sentido en una sociedad para la cual la perfección corporal, el abandono de las vanidades —uno de los oficios de estos eremitas– y, sobre todo, el aislamiento social tienen efectos dentro de un modelo de comportamiento austero y especialmente penitencial, uno de los ideales más relevantes de la cultura barroca.

Este último aspecto tiene una gran importancia para estas sociedades, pues se trata de establecer un vínculo con el sacramento de la penitencia, para lograr una vida bajo el modelo de comportamiento penitente, lo que implica la doblegación de la experiencia corporal. Esta es la historia medieval de María Magdalena, la prostituta arrepentida; o san Jerónimo, quien renuncia a todo. Esta perspectiva convierte estas pinturas en un tipo de vanitas: la práctica del texto del Eclesiastés, todo es vanidad de vanidades. Estos santos eremitas han renunciado a las vanidades del mundo. Así lo dejan ver sus escasos vestidos, los precarios alimentos que les llevan los pájaros o la cueva en la que viven: han regresado al paraíso.

Los padres de la Iglesia, por su parte, llenan otros vacíos. Es interesante hacer notar que algunas de las pinturas representan a estos padres que vivieron en los siglos IV o V con vestiduras tradicionales de dominicos (Arca 14736) o carmelitas (Arca 15119), y otras veces con las indumentarias de la jerarquía católica, especialmente cardenales. Esto implica un proceso de apropiamiento, quizá desde ambientes teológicos. Debe tenerse en cuenta que estos santos padres eran una buena parte de los intelectuales estudiados en las universidades coloniales regentadas en su mayoría por comunidades religiosas, especialmente jesuitas, dominicos y agustinos. La mayoría de estos santos hacen parte del movimiento conocido como la patrística, es decir, el pensamiento filosófico que se deriva de estos padres pensadores. De esta manera, la lectura de los padres de la Iglesia formó a los sacerdotes coloniales, los obispos siguieron sus enseñanzas y a partir de ellos se sustentó una versión de la idolatría, tan importante para la extirpación del «paganismo» colonial. Finalmente, la ideología y la iconografía de los padres de la Iglesia se utilizó para construir la imagen de los «padres de la patria» —el nombre no es coincidencia—, aquellos fundadores de naciones en el periodo que siguió a la Colonia.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Alvar, Jaime, Blázquez, José María, Fernández Ardanaz, Santiago, López Monteagudo, Guadalupe, Lozano, Arminda, Martínez Maza, Clelia y Piñero, Antonio. (1995). Cristianismo primitivo y religiones mistéricas. Madrid: Cátedra.

Durán, Norma. (2008). Retórica de la santidad. Renuncia, culpa y subjetividad en un caso novohispano. México: Universidad Iberoamericana.

Justo Estebaranz, Ángel. (2008). Miguel de Santiago en San Agustín de Quito. La serie de pinturas sobre la vida del santo. Sevilla: Edición Digital.

Rodríguez de la Flor, Fernando. (2002). Barroco. Representación e ideología en el mundo hispánico (1580-1680). Madrid: Cátedra.

Rubial, Antonio y Suárez Molina, María Teresa. (1999). La construcción de una iglesia indiana: las imágenes de su edad dorada. En Museo Nacional de Arte, Los pinceles de la historia. El origen del reino de la Nueva España, 1680-1750. México: Museo Nacional de Arte.

 

 

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