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La cultura visual en la América colonial

Estudiar la imagen

La cultura visual es un campo de estudio reciente que trata de establecer conexiones más dinámicas entre imagen y cultura. Para entender esta afirmación es importante un contexto. Los estudios sobre la imagen son relativamente recientes, se desarrollan en la década de 1970, y de muchas maneras sustituyen el monopolio que tenía la historia del arte sobre la imagen. La renovación epistemológica de esta década, en la que tuvo un efecto decisivo el denominado “giro lingüístico”, generó transformaciones en las formas tradicionales de las ciencias sociales.  Para ese entonces, estas mantenían las estructuras básicas que habían recibido tras su formación en el siglo XIX. Esa renovación epistemológica permitió que se ampliaran los horizontes disciplinares de las ciencias sociales y humanas. Para el caso que nos interesa, la imagen se convierte en un campo de interés, entre otras, para la historia, la sociología y la antropología; pero, además, nacen nuevas disciplinas que la cobijan dentro de sus intereses, como la semiología. El historiador del arte John Berger (2013 [1973]) populariza y amplía el concepto de imagen en su conocido libro Modos de ver. Algo similar ocurre con los estudios sobre la cultura, privilegio hasta aquellos años de la antropología. De aquí en adelante, la cultura visual se convierte en un campo trasversal para todas las disciplinas humanas y sociales.

En las últimas tres décadas se amplió el campo de análisis de lo que se entendía por imagen y por cultura, de modo que en los años noventa confluyeron en un nuevo campo denominado “cultura visual”, visual studies para los anglosajones. 

A partir de entonces, imagen y cultura tienen sus propios recorridos, reflexiones y análisis, que inundan los espacios académicos con sus características, esencias, campos y definiciones. De esta manera, en las últimas tres décadas se amplió el campo de análisis de lo que se entendía por imagen y por cultura, de modo que en los años noventa confluyeron en un nuevo campo denominado “cultura visual”, visual studies para los anglosajones. Allí convergen, en primera instancia, las disciplinas interesadas en la imagen como la historia del arte, la antropología, los estudios culturales, la historia y la filosofía. Este primer acercamiento permitiría afirmar que este campo estudia la cultura a partir de los elementos visuales, pero esta posición acortaría su objeto de estudio, que es, como su nombre lo indica, la cultura visual.

Al revisar el ámbito de las muchas definiciones escogimos una reciente: “La cultura visual incluye las cosas que vemos, el modelo mental de visión que todos tenemos y lo que podemos hacer en consecuencia. Por eso la denominamos cultura visual, porque se trata de una cultura de lo visual. Una cultura visual no es simplemente la suma de todo lo que ha sido hecho para ser visto, como los cuadros o las películas. Una cultura visual es la relación entre lo visible y los nombres que le damos a lo visto. También abarca lo invisible, o lo que se oculta a la vista. En resumidas cuentas, no vemos simplemente aquello que está a la vista y que llamamos cultura visual. Antes bien, ensamblamos una visión del mundo que resulta coherente con lo que sabemos y ya hemos experimentado” (Mirzoeff, 2016, p. 11).

Esta definición ayuda a ubicar algunos elementos relevantes para entender cómo funciona una cultura visual colonial. Quizá habría que comenzar por lo evidente: la cultura visual no puede reducirse a una historia del arte o a una historia de las imágenes, porque lo que observa es el impacto de la imagen más allá de la imagen misma. En este sentido, el campo se vuelve más complejo si se entiende que la cultura visual concibe no solo objetos visuales sino los acontecimientos visuales, los cuales existen porque hay un sujeto que los está observando y en estos “busca la información, el significado o el placer conectados con la tecnología visual. Entiendo por tecnología visual cualquier forma de aparato diseñado ya sea para ser observado o para aumentar la visión natural. Desde la pintura al óleo hasta la televisión e internet” (Mirzoeff, 2003, p. 19). Debido a la importancia que tiene la idea de “tecnología visual”, en cuanto a que es el medio para acceder a la información o significado, es importante redefinir esta no solo como “aparato”, en este caso la pintura como manifestación de la cultura visual, sino lo que Rodríguez de la Flor denomina como “tecnologías de la imagen” barroca. Para él son “sistemas cualesquiera que trabajan en la modificación y adaptación de un objeto —y aquí el papel de ese “objeto” lo cumple la imagen— a un consumo social” (Rodríguez de la Flor, 1995, p. 181). Es decir, se amplía el concepto de tecnología del aparato a los modos como operan las formas de leer esa imagen, pues esta no se presenta al “natural”.

La cultura visual colonial, entonces, integra objetos y acontecimientos visuales, a partir de tecnologías, que en este libro se aborda a partir de la pintura y sus formas de lectura como manifestación de un mayor consumo social. Con esta precisión, y tomando como punto de partida la primera definición de Mirzoeff, puede establecerse el campo de la cultura visual en la América colonial a partir de cinco elementos, que permiten entender cómo se forman las regiones visuales. El primero de ellos es la importancia de atender a las “cosas que vemos”, lo que incluye una historia de la mirada. Mirar es una acción cambiante históricamente que está supeditada a códigos y estructuras (Bourdieu, 1995, p. 27).

El hecho de historiar la mirada dentro de una sociedad implica acercarse al carácter de esa imagen como creación colectiva entre obrador, comitente y devoto consumidor.

El estudio de la cultura visual trata, precisamente, el fenómeno de las maneras como se relaciona una sociedad con la imagen que mira y la importancia de la imagen en relación con el espectador. Este tipo de cultura es especialmente útil para sociedades de primacía retórica como la colonial, en la cual la sacralidad y la espiritualidad establecen imaginarios morales tomados de las imágenes que la misma sociedad consume. La creación de las imágenes está pensada en estos términos, para generar una reacción emocional en el espectador (retórica del pathos). El hecho de historiar la mirada dentro de una sociedad implica acercarse al carácter de esa imagen como creación colectiva entre obrador, comitente y devoto consumidor. Este aspecto está relacionado con la creación, interpretación, circulación y difusión de la obra colonial.

El segundo elemento se desprende de la última afirmación, en la cual una imagen es una creación colectiva que está inscrita en la ideología o en la manera como sus artífices ven el mundo. La imagen, entonces, se convierte en una forma de proyectar y nombrar al mundo a partir de lo visto. Por esta razón, la cultura visual está más allá de las imágenes, no depende de estas. La pintura es una manifestación material del mundo de las imágenes: detrás de las pinturas de la Virgen se encuentra la imagen de la madre amorosa barroca (ilustración 1). La imagen pintada se soporta en las imágenes narradas: el sermón, la doctrina de la Iglesia, el dogma, la tradición bíblica y teológica, etc. Es decir, se involucra todo el mundo de representaciones de imágenes que están detrás de la pintura, y que pueden ser devueltas a su horizonte de expectativas a través del “desciframiento”: a partir de las tecnologías de la imagen propias del barroco. Esto cifra la relación que tiene la imagen colonial con el espectador desde las tecnologías de comunicación de esa imagen.

Ilustración 1. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, Virgen con el Niño. Óleo sobre madera, segunda mitad del siglo XVII, Nueva Granada. Colección de Arte del Banco de la República, Bogotá. (Fotografía del Banco de la República/Óscar Monsalve)

 

Como afirma Mirzoeff (2016, p. 11), lo invisible también es cultura visual. Esta tercera afirmación toca una de las esencias de la visualidad barroca: el debate entre la credulidad y la incredulidad, la tensión entre una sociedad en camino de secularización que se resiste a perder la sacralidad de su mirada. La cultura visual americana representa fundamentalmente lo invisible y no solo lo supranatural: Dios como concepto abstracto se encarna en un cuerpo, pero también son invisibles los milagros o las virtudes. El esfuerzo barroco es encarnar lo abstracto y lo invisible en una imagen: la caridad toma forma de santo, como la temperancia se hace alegoría. Esto queda claro en este periodo, la imagen visual no es estable, cambia en relación con la realidad externa, se relaciona con la imagen no visual. La distribución de la imagen en la sociedad colonial, de nuevo, toca la importancia de las tecnologías, pues a partir de estas se puede descifrar lo que quieren decir estas imágenes, cómo develan el denominado tema oculto que hay detrás de cada pintura. Esta es la relación entre ver y saber, tan importante en el Barroco.

Las dos últimas características están relacionadas. Se trata de las consecuencias, lo que está detrás de la cultura visual aparente: ideología, comportamientos y proyecciones del ser en la imagen. La cultura visual proyecta un modo de pensar, actuar y ser, y esta es la importancia histórica de la pintura, pues refleja apartes de la cultura visual. Su estudio, como en este caso, manifiesta una manera de entender el mundo, pues pone de presente los referentes esenciales de todo aquello que rodea a los sujetos. La cultura habla por medio de sus imágenes. Las pinturas se constituyen en un testimonio de los diferentes ámbitos de la cultura visual, por lo que quizás se las puede asumir como la “puerta de entrada”, ya que legitiman los fenómenos y muestran las tensiones. Aquí reside la importancia de los temas, pues estos son las ventanas para comprender ese mundo que es visible sólo a su propio público.

De este modo, la cultura visual es una “visión de mundo experimentada”. Este es el último aspecto, la experiencia. La cultura visual es una expresión de la misma cultura, se integra a esta y hace parte de su complejidad. Los medios visuales de comunicación y sus usos cambian históricamente, no están fijos y no son constantes, por esta razón la cultura visual tiene un carácter provisional y variable, porque no está fija en el tiempo. Se adapta a la época y a las circunstancias. Lo que queda de este proceso es la experiencia que sí se acumula y sí trasciende al tiempo. Aquí cumple su cometido y cumple con su originalidad, impresiona un orden social, al punto que queda la pintura como huella, descontextualizada con el paso del tiempo por el carácter variable y transitorio de las imágenes. Con el transcurso temporal, en las pinturas se cristalizan los estratos de tiempo, que en el campo de los estudios de la cultura visual pueden devolver a su lugar de experiencia. Se trata de conectar visualidad, conciencia de sí e imagen.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Berger, John. (2013 [1973]). Modos de ver. Barcelona: Gustavo Gili.

Bourdieu, Pierre. (1995). La génesis social de la mirad”. Historia y Grafía, (5).

Mirzoeff, Nicolás. (2003). Una introducción a la cultura visual. Barcelona: Paidós.

Mirzoeff, Nicolás. (2016). Como ver el mundo. Una nueva introducción a la cultura visual. Barcelona: Paidós.

Morgan, David. (1998). Visual Piety. A History and Theory of Popular Religious Images. Berkeley – Los Ángeles: University of California Press.

Rodríguez de la Flor, Fernando. (1995). Emblemas. Lecturas de la imagen simbólica. Madrid: Alianza Editorial.

Rodríguez de la Flor, Fernando. (2007). El impacto de los visual studies y la reordenación del campo de disciplinas del texto en nuestro tiempo. Hispanic Issues Online. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2348671.

Walker, John y Chaplin, Sarah. (1997). Visual Culture: An Introduction. Manchester: Manchester University Press.

 

 

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