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Pintura y retórica

Las imágenes: el arte de persuadir

La crítica de los reformados al culto de las imágenes abrió el debate sobre su uso como herramienta para la propagación de la ortodoxia católica. Los reformados desaprobaban los excesos del uso de las imágenes y acusaban a los católicos de iconolatría. Por esta razón, la mayoría de los protestantes purificaron los templos de pinturas en un intento de regresar a la Iglesia primitiva, época en la que no se había instituido el culto a las imágenes. La actitud llevó a situaciones extremas, en las que se destruyeron obras, lo que también significaba un levantamiento contra el poder papal de Roma. Frente a estas situaciones, las reacciones defensivas de la Iglesia a una de sus tradiciones más antiguas y veneradas, el culto a las imágenes, se llevó a cabo de distintas maneras. Una de estas, la que nos interesa en este contexto, fue el reforzamiento conceptual y teórico al que la imagen se vio sometida. Aunque la verdad, este no fue un proceso inmediato ni tampoco abanderado por la Iglesia: simplemente la acción protestante de destruir imágenes se dio al mismo tiempo que ascendía una nueva cultura de la pintura, lo que llevó a desempolvar la retórica clásica, esta vez en función de la imagen.

La relación entre retórica e imagen se remonta a la Antigüedad, pues muchos de los artilugios y figuras empleadas por la retórica tenían por intención crear imágenes con las palabras escritas. Esta era la importancia de emplear retórica en la literatura y la poesía, y más modernamente en el sermón, pues permitía generar imágenes narradas. A partir del siglo XVI se volvió sobre los rétores de la Antigüedad, principalmente, a Quintiliano, Cicerón, Aristóteles y el ad Herenium, y el resultado se plasmó en una gran cantidad de tratados de pintura, en los que siempre se hacía alusión al carácter retórico de esta. La pregunta es, entonces, cómo funcionaba dicha relación.

La retórica fue una técnica que se empleó para hacer que los discursos fueran persuasivos, y, como la pintura era un discurso persuasivo, se aplicaban sus métodos para lograr tres objetivos: la pintura como discurso visual debía enseñar una verdad, porque este era el camino intelectual de la persuasión; al deleitar atraía la simpatía del público y al conmover se pretendía crear una conmoción psíquica, literalmente excitar el pathos. La pintura se clasificaba retóricamente dentro del género demostrativo y se recomendaban los tradicionales «lugares comunes» de argumentación para lograr un mayor efecto persuasivo, entre los cuales se encontraban el realismo y los diversos elementos tomados de la vida cotidiana, de modo que el creyente se identificara con la imagen.

Con estos elementos retóricos aplicados a la obra no se buscaba «instruir» por la razón, sino «persuadir» por el sentimiento. De esta manera, la retórica afectaba el proceso creativo de la obra visual, de la misma manera como afectaba la composición de cualquier otro discurso. En primer lugar, el obrador debía representarse la imagen que iba a realizar, ya que era precisamente en esta parte en la que actuaba la retórica como mecanismo para dar forma a la imagen mental. Aunque había unas técnicas específicas, las reglas de la pintura insistían en que se debía partir de la primera de las cinco partes del arte retórico: la inventio, es decir, el acto en el que el pintor buscaba los argumentos verdaderos o verosímiles para persuadir hacia la causa. En términos pictóricos se definía así: “la invención es la fábula o historia que el pintor elige, de su caudal o del ajeno, y la pone delante en su idea por dechado de lo que ha de obrar”. Luego procedía la dispositio, orden y distribución de las cosas halladas en la inventio; en seguida, se trataba de la elocutio, que traslada al lenguaje plástico las ideas halladas en la inventio y ordenadas por la dispositio. Aquí ya comenzaban a ocupar un lugar el dibujo y el colorido; y, finalmente, seguía la actio, la realización del discurso visual, su puesta en escena, mediante las diversas técnicas.

Un pintor no necesitaba tener formación retórica para llevar a cabo el proceso. Esta era una forma de pensamiento, una estructura que hacía parte de la manera de ver el mundo, pero que estaba regulada por el arte de la retórica. Por esta razón, muchos de los elementos que un pintor empleaba para hacer la inventio de una imagen estaban formalizados según la tradición de los rétores. Para mencionar algunos ejemplos, se encuentran las figuras de pensamiento o las formas de argumentación que se empleaban para tratar la palabra escrita: en la pintura se empleaban el exempla, el oxímoron, las metonimias, las descripciones, las prosopografías, las metáforas y las alegorías. Es decir, se pinta con argumentos lo mismo que se hace con palabras. Estos elementos se empleaban en función de suscitar pasiones en los espectadores, el mayor reto de un pintor, así como también del orador.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Carducho, Vincencio. (1633). Diálogo de la pintura: Su defensa, origen, essencia, definición, modos y diferencias. Madrid: Impresso con licencia por Francisco Martínez.

Carrere, Alberto y Saborit, José. (2000). Retórica de la pintura. Madrid: Cátedra.

Pacheco, Francisco. (1649). Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas. Sevilla: Simón Faxardo, impressor de libros, a la Cerrajeria.

 

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