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Iberoamérica, Hispanoamérica y América anglosajona

Tres regiones

Las historias tradicionalmente han separado las regiones americanas por áreas de influencia de cada una de las potencias europeas que llevaron a cabo algún proceso de conquista, ocupación o colonización. Por esta razón se ha dividido el problema de la producción visual en tres grandes áreas: Hispanoamérica, América portuguesa y América anglosajona. A estas se les define a partir de los tres grandes imperios que participaron en los eventos de los siglos XVI al XVIII: España, Portugal e Inglaterra. Dicho modo de observar la producción visual tiene problemas que pueden revisarse desde dos aspectos. En primer lugar, se trata de una mirada a la producción de las imágenes coloniales a partir de lo que son los actuales Estados nacionales y a la manera cómo se elabora el “arte” según los valores de aquellas naciones. En segundo lugar, se establece un vínculo para leer las imágenes entre la producción estética de aquellos imperios para el momento que ocupaban América, lo que a veces no tiene en cuenta los procesos internos en cada región americana. Para el caso de este e-book nos interesa el primer aspecto.

España tuvo un mayor protagonismo desde el siglo XVI porque, utilizando diversos mecanismos jurídicos, eclesiásticos y políticos, organizó la conquista del territorio y posterior poblamiento a partir de la fundación de ciudades.

Para los siglos XVI al XVIII y frente al poblamiento de América, España, Portugal e Inglaterra tuvieron procesos históricos y culturales distintos, que confluyeron a veces por circunstancias políticas. España tuvo un mayor protagonismo desde el siglo XVI porque, utilizando diversos mecanismos jurídicos, eclesiásticos y políticos, organizó la conquista del territorio y posterior poblamiento a partir de la fundación de ciudades. A las regiones que quedaron bajo su protección les trasladó sus instituciones sociales, políticas y culturales, entre ellas las que estaban relacionadas con la cultura visual. A este proceso debe agregársele que gracias a las prerrogativas papales, España, después del Tratado de Tordecillas (1494), quedó con la mayor parte del territorio americano. Por lo menos con lo que logró explorar y ocupar en Centro y Suramérica y algunos intentos en Norteamérica, encabezados por Vásquez de Coronado, Cabeza de Vaca y Hernando de Soto, entre otros.

Esto es lo que habitualmente se denomina Hispanoamérica, territorios ocupados por España, que definió tres grandes espacios de asentamiento. El primero de ellos compuesto por las dos regiones en las que había complejas culturas con una mayor posibilidad de recursos de explotación económica. Estos fueron los territorios mexica e inca, que en el mismo siglo XVI se convirtieron en los virreinatos de la Nueva España y el Perú, lo que implicó mejores procedimientos de evangelización y la creación de un aparato burocrático y social más complejo (Bailey, 2005, p. 109). El hecho de tener tempranamente una corte virreinal, riqueza, tributación indígena y control político hace particular la producción visual de estos territorios.

Mapa 1. Regiones coloniales hacia la segunda mitad del siglo XVIII

El segundo modelo de poblamiento corresponde a los territorios periféricos a estos dos grandes virreinatos, en los que las culturas indígenas prestaron menor resistencia, era más escasa su población o había menos recursos económicos. Allí se crearon reales audiencias dependientes de los dos primeros virreinatos, que fueron más o menos variables, y sus fronteras se contrajeron o se ensancharon durante los siguientes dos siglos y medio. El mapa 1 muestra el estado del territorio americano hacia la segunda mitad del siglo XVIII. El mapa funcionó más o menos de esta manera: de la Nueva España dependía Santo Domingo, Guatemala, Nueva Galicia, Panamá y Filipinas; del Perú, Santa Fe de Bogotá, Charcas en el Alto Perú, La Concepción (Santiago de Chile) y el Reino de Quito. A partir del siglo XVII, Santiago y Buenos Aires, y más tarde, en el siglo XVIII, Caracas y Cuzco. No es gratuito entonces que estas divisiones estuvieran relacionadas con la formación de lo que podríamos denominar las regiones visuales. Y no se trata solamente de que las condiciones administrativas estructuraran una cultura visual, sino que la división política se ensambló sobre un ordenamiento cultural que poco a poco definió sus espacios de influencia.

En tercer lugar se encuentran los denominados territorios de frontera, en los que la presencia de las instituciones era muy escasa, así como las manifestaciones de cultura visual. Este es el caso de la frontera norte de la Nueva España, que colindaba con los territorios de la expansión de ingleses y franceses en Norteamérica; la zona de la Amazonía, que tenía frontera con la expansión portuguesa; o la inhóspita zona sur del continente. Algunas de estas regiones fueron pobladas tardíamente, entre la segunda mitad del siglo XVII y el XVIII, o entraron en conflicto con las potencias vecinas, como ocurrió con la frontera norte de la Nueva España. Por esta razón a veces se encuentra producción visual católica en los registros de Arca que pertenecen a Estados Unidos.

Ilustración 1. Juan Patricio Morlete, Cristo consolado por los ángeles. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Muchos aspectos que hacían posible la cultura visual, como, por ejemplo, la presencia de las órdenes religiosas —principales consumidores junto con el aparato burocrático—, los talleres de pintura y la circulación de objetos, estaban relacionados con estas estructuras administrativas. Pero, de nuevo, no es la única condición. Lo cierto es que dichos elementos podían influir en el volumen de la pintura que se producía en una región, así como en la riqueza de los temas y las maneras de adquisición por parte de los comitentes. Estos son tan solo algunos aspectos de la cultura visual, pues también tiene un aspecto político.

Ilustración 2. Manoel da Costa Ataíde, Virgen de los Ángeles. Óleo sobre madera, ca. 1800, Ouro Preto, Brasil. Iglesia de la Tercera Orden Sao Francisco de Assis, Ouro Preto. (C.C 3.0)

 

La historia era distinta para los territorios de expansión de Portugal (zona verde limón del mapa 1). El mismo Tratado de Tordecillas le dio de manera accidental la posibilidad al Reino de Portugal, con una larga tradición marítima, de explorar el Atlántico dentro de las 370 leguas al oeste de Cabo Verde que se fijaron de frontera. En la exploración se encontraron sorpresivamente con la punta externa de Brasil, donde se fijaron las primeras fundaciones portuguesas en el litoral del Atlántico americano. Allí permanecieron durante los tres siguientes siglos, y a pesar de las presiones de holandeses, franceses e ingleses que tenían intereses en la región, fueron desplazando la frontera continente adentro. Sin embargo, esta situación enriquecería la cultura visual del futuro Brasil. Y no solo por el paso de europeos de distintas nacionalidades, sino también por el tipo de gobierno colonial menos restrictivo que el modelo español. Estos factores generaron una experiencia visual distinta al prototipo hispánico, como, por ejemplo, el rasgo característico brasileño de la pintura de los techos (ilustración 2). La América española y portuguesa es lo que comúnmente se denomina Iberoamérica.

El hecho de que estos territorios fueran expresamente colonias protestantes permitió tanto el movimiento de pintores como la introducción de un corpus temático completamente distinto, así como otras herramientas culturales que fortalecieron la cultura visual.

El caso inglés es muy diferente. Durante el siglo XVI se llevaron a cabo muchos viajes ingleses a América bajo diversas modalidades, que cubrían desde expediciones de descubrimiento y poblamiento hasta acciones de corso. Los intereses territoriales se movieron entre el Caribe y Suramérica, aunque a comienzos del siglo XVII fundaron la primera colonia en la costa este de Norteamérica (zona naranja oscuro del mapa 1). Esto marcó un proceso inverso con respecto a Iberoamérica, pues inicialmente se llevó a cabo la colonización, y la conquista solo tuvo lugar hasta el siglo XIX, después de la independencia (1776) de Inglaterra y con un Estado nacional en formación. Este detalle es importante porque produce una cultura visual distinta, y el hecho de que estos territorios fueran expresamente colonias protestantes permitió tanto el movimiento de pintores como la introducción de un corpus temático completamente distinto (ilustración 3), así como otras herramientas culturales que fortalecieron la visualidad. Este proceso se llevó a cabo fundamentalmente en el siglo XVIII, y aunque se concentró en este periodo hay presencia un poco más débil de pintura en el siglo XVII, destacándose la figura de los limners. El proceso de independencia de Inglaterra indudablemente genera cambios en su cultura visual. Estos acontecimientos, que se dieron casi cuatro décadas antes que en la América española, nos permiten emplear la expresión de territorios anglosajones, pues la producción visual en el lindero temporal elegido se mueve entre lo colonial y los primeros años republicanos.

Estos aspectos mencionados destacan una preocupación por la observación de lo que debió ser la cultura visual en estas regiones, de modo que permite contextualizar la producción de pinturas en relación a lo que aportaron las metrópolis. La importancia de la pintura barroca en España y Portugal tiene, a los ojos de los críticos, diversas valoraciones estéticas, que en este espacio no es importante recoger, pues de lo que se trata es de analizar comparativamente sus temas, además de comparar la producción americana bajo sus influencias diversas.

Ilustración 3. Anónimo, Pierre Van Cortlandt. Óleo sobre tela, 1731, Estados Unidos. Colección Brooklyn Museum, Nueva York. (Dominio público)

 

Esta valoración de la imagen producida en América durante los siglos XVI al XIX, con respecto a su relación territorial, pone al descubierto una serie de problemáticas. La más inquietante es la separación tajante del “arte” colonial español, portugués y anglosajón. Pero es importante observarlos en conjunto por varias razones: la primera de ellas tiene que ver con lo evidente, la contraposición entre la condición católica de los imperios ibéricos y el carácter protestante y puritano de la Inglaterra de esos siglos, lo que produce una cultura visual distinta. Pese a las evidentes diferencias, como puede observarse en las ilustraciones 1, 2 y 3, se deben tratar comparativamente los procesos y los temas porque comparten no solo un mismo territorio, sino también un transcurso cultural paralelo. Una segunda razón es su condición colonial compartida, lo que permite identificar los elementos que constituyen la “identidad” y la forma como comparten símbolos, condiciones y elementos culturales. En el contexto, católicos y protestantes comparten la misma ideología, el cristianismo.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Bailey, Gauvin Alexander. (2005). Art of Colonial Latin America. Londres: Phaidon.

Bjelajac, David. (2005). American Art. A Cultural History. Nueva Jersey: Pearson Education.

DaCosta Kaufmann, Thomas. (2008). Pintura de los reinos: una visión global del campo cultural. En Juana Gutiérrez Haces y Jonathan Brown, Pintura de los reinos. Identidades compartidas. Territorios del mundo hispánico, siglos XVI-XVIII. México: Fondo Cultural Banamex.

Instituto Cultural Itaú. (1996). Cadernos historia da pintura no Brasil. Pintura Colonial. Itau: Instituto Cultural Itaú.

Serrão, Vítor. (s.f.). Os Programas Imagéticos na Arte Barroca Portuguesa e a sua Repercussão nos Espaços Coloniais Luso-Brasileiros. Disponible en: https://www.upo.es/depa/webdhuma/areas/arte/4cb/pdf/V%C3%ADctor%20Serr%C3%A3o.pdf

 

 

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