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Pintura hispanoamericana

Un proceso irregular

La pintura en las regiones hispanoamericanas se inició muy posiblemente en la segunda mitad del siglo XVI, cuando las instituciones ya se habían asentado. El proceso se dio de manera irregular porque la conquista y el poblamiento no fueron homogéneos. Algunas regiones que tenían altas tasas de población indígena y desarrollos civilizatorios más o menos complejos, como sucedió en los Andes centrales y Nueva España, fueron sometidos a procesos de evangelización mucho más organizados. A la par se creaban instituciones virreinales. Estos elementos aseguraron que, para finales del siglo, el oficio de la pintura comenzara a funcionar para suplir las necesidades de la evangelización, las devociones cultuales, en la medida en que crecía la organización diocesana, y, eventualmente, el gusto de la corte virreinal. En otras regiones americanas, el proceso de institucionalización visual se inició en la primera mitad del siglo XVII, como ocurrió en Nueva Granada, Charcas, Venezuela y Quito.

De este modo, a finales del siglo XVI se consolidaron algunas instituciones de visualidad iberoamericana, como la pintura, en las que se deben tener en cuenta algunas características. La primera de ellas es la migración de pintores, no solo españoles sino también italianos, como el caso de Bernardo Bitti y Angelino Medoro, quienes recorrieron algunas regiones de Suramérica y que, según algunos autores, generaron tradiciones visuales. En segundo lugar, entre finales de ese siglo y comienzos del XVII se fortalecieron algunas regiones como productoras de visualidad. En Suramérica surgieron al menos cuatro grandes focos: Potosí en Charcas; Cuzco, Lima y Quito, y en menor medida Caracas y Santafé de Bogotá. En el norte de los dominios españoles, México y Puebla estaban a la cabeza de la producción visual. En el siglo XVII, y en la medida en que se fueron concretando los talleres de los primeros migrantes, se desarrolló una pintura más criolla y mestiza, especialmente vinculada al comercio y exportación de su producción a regiones que tenían condiciones de fabricación de pinturas mucho más precarias. La pintura mexicana circulaba por Centroamérica y el Caribe, mientras que la quiteña, la potosina y la cuzqueña lo hacían por el oriente de la Nueva Granada, la gobernación de Buenos Aires y el Reino de Chile.

A pesar de las profundas diferencias en la evolución de la pintura y la cultura visual en las diversas regiones iberoamericanas, a finales de ese siglo estaban consolidados tanto los lugares de producción como los circuitos de consumo. Para entonces, la pintura colonial no puede definirse como un “apéndice provincial” de la pintura española. Si bien la práctica procedía de la metrópoli, en los territorios de ultramar ya había adquirido otra esencia, pues los objetivos, el uso, los temas, los contextos y sus significados sociales eran muy distintos a los que estos tenían en Europa. Además, pintar en América no era fácil.

En un comienzo, los pintores indianos dependían del lento comercio con España para conseguir los materiales apropiados y especializados para ejercer la práctica de la pintura. Aunque esto pudo subsanarse de muchas maneras, quedaban otras cuestiones que marcaron la pintura americana: la dependencia del taller, generalmente familiar, para la formación de los futuros pintores; los controles eclesiásticos e institucionales con respecto a lo que se pintaba; el estrecho circuito de los comitentes, que dependía en buena medida de la riqueza de la región; el apego a las tradiciones religiosas; y la ausencia de la consideración de la práctica de la pintura como un “arte liberal”, entre muchos otros problemas.

El siglo XVIII traería consigo otras situaciones para el proceso de la pintura hispanoamericana. Los cambios políticos, con las reformas borbónicas, que afectaron el entendimiento de la cultura; la creación de nuevos virreinatos, como Nueva Granada y Río de la Plata; nuevas ideas como la Ilustración; o el avance del secularismo y el individualismo, son algunos de los importantes cambios que afectaron el sentido del gusto, la predilección por algunos temas y la orientación de qué se pintaba y para quién se pintaba. Incluso, esta es la época en que aparecen las primeras academias, como la de San Carlos en la Nueva España (1783), o se crean escuelas para el arte de la pintura científica, como sucedió con la expedición Botánica de José Celestino Mutis en el Nuevo Reino de Granada. Aunque se dan algunos cambios, se mantiene la esencia de lo que había sido la pintura colonial desde el siglo anterior. Es más, la pintura colonial, en cuanto a sus estructuras fundamentales, se mantuvo varias décadas más allá del proceso de independencia, ya en el siglo XIX.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Alcalá, Luisa Elena y Brown, Jonathan. (2014). Pintura en Hispanoamérica, 1550-1820. Madrid: Ediciones El Viso – Banamex.

Gutiérrez Haces, Juana (ed.). (2008). Pintura de los reinos. Territorios del mundo hispánico, siglos XVI-XVIII, t. 1. México: Banamex.

Gutiérrez, Ramón (coord.). (1995). Pintura, escultura y artes útiles en Iberoamérica, 1500-1825. Madrid: Cátedra.

Londoño, Santiago (2012). Pintura en América hispánica, t. 1, Siglos XVI al XVIII. Bogotá: Universidad del Rosario.

Sebastián, Santiago (1990). El Barroco iberoamericano, mensaje iconográfico. Madrid: Ediciones Encuentro.

 

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