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La pintura en los territorios anglosajones de Norteamérica

Las artes en las colonias inglesas

La pintura en los territorios del norte de América tuvo un proceso muy distinto a la de los reinos iberoamericanos por varias razones. La primera de ellas fue el tipo de poblamiento. Norteamérica no fue un territorio explorado sistemáticamente por la Corona española, aunque sí se dieron algunos intentos. La costa oriental fue recorrida por los ingleses, franceses y holandeses desde el siglo XVI, pero la ocupación efectiva se llevaría a cabo a partir de la década que empieza en 1620 por parte de peregrinos puritanos ingleses. Durante los próximos ciento cincuenta años conformaron trece colonias dependientes de la Corona inglesa, las cuales se establecieron sobre la costa oriental. Su desarrollo social y económico dependió del comercio, y no tenían pretensiones expansionistas sobre las comunidades indígenas aledañas. Esta situación le proporcionó a su experiencia pictórica dos características fundamentales: la vinculación de la cultura visual protestante anglicana a su tradición, lo que marcaría los temas y los problemas de lo que se pintaba; y la conformación de una sociedad organizada alrededor de los comerciantes, lo que generó un circuito de consumo visual distinto.

La segunda razón es que el actual territorio del sur de Estados Unidos fue frontera de la Nueva España y, como tal, colonizada y evangelizada tenuemente por la órdenes mendicantes. Estas regiones se integrarían a Estados Unidos en el siglo XIX. Una tercera razón es la temprana independencia (1776) con respecto a la Hispanoamérica colonial. Este hecho marca necesidades visuales distintas.

A diferencia de Iberoamérica, estas tres razones aportan una experiencia visual que se reflejaría en el tipo de pintura que se ejecutó. Pueden resumirse estas diferencias de esta manera: es una sociedad que no tiene intenciones de evangelizar, mantiene la austeridad protestante, no tiene corte ni aparato burocrático virreinal, su orden social no es tan estamental, no existen las comunidades religiosas y se rige por una ética del trabajo del comercio. Todos estos aspectos generaron redes temáticas y de consumo visual que respondían a estas circunstancias, a lo que se agrega un tipo de gusto y unos comitentes diferentes. Fieles a estos principios, las formas más usuales de pintura se registraron en las últimas décadas del siglo XVII, en las cuales primó el retrato. Este se constituyó en el tema más importante de la cultura visual anglosajona en el periodo colonial. El retrato manifestaba en muy buena medida la prosperidad material, vinculada a una espiritualidad y una moral sobresalientes, un principio muy protestante según el cual la riqueza era una manifestación de la elección de Dios. De esta primera época debe destacarse la figura de los limner, una especie de pintores populares que recorrían los pueblos ejecutando pinturas.

En esta primera época, que puede ubicarse entre 1670 a 1720, el retrato individual no fue el único tema. Existen representaciones de familias, algunas escenas religiosas y pocos temas seculares. Incluso, para este tiempo se reconocen algunos pintores, como John Freake y Thomas Smith. En la medida en que la sociedad anglosajona se enriquecía, se complejizaba su cultura visual y la pintura se refinaba. A partir de las primeras décadas del siglo XVIII se incrementó el número de pintores ingleses que se instalaron en estas colonias, como John Smybert y John Wollaston. Muchos de los pintores que se formaron en esta época aprendieron sus estilos, observaron las técnicas inglesas y desarrollaron métodos propios. No puede evitarse mencionar los nombres de Robert Feke y Charles Wilson Peale, quienes dieron origen a una interesante dinastía de pintores. En esto influyó una característica que no ocurrió en Iberoamérica, la circulación de pintores nacidos en las colonias que se marcharon a Inglaterra a formarse, de los cuales se destacan John Singleton Copley y Benjamin West. Este último llegó a ser pintor en la corte de Jorge III.

La independencia de los Estados Unidos generó un tipo de narrativas visuales distintas. Se capitalizaba la tradición del siglo anterior, pero ahora se trataba de poner la visualidad al servicio de la formación de la nación. Esto generó temáticas diferentes, como la pintura histórica y el paisaje, aunque este último tenía algún recorrido anterior. El retrato, por su parte, se especializó, y así la miniatura tomó mucha fuerza. La pintura colaboró de esta forma en representar a los íconos de la revolución, pero también trataba de destacar las virtudes de la naciente república. Bien entrado el siglo XIX, en las décadas de los años treinta y cuarenta, aún se observaban los temas más notorios de esta época.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Ayers, William (ed.). (1993). Picturing History: American Painting 1770-1903. Nueva York: Editorial Rizzoli – Fraunces Tavern.

Bjelajac, David. (2005). American Art. A Cultural History. New Jersey: Pearson Education.

Mayer, Lance y Myers, Gay. (2011). American Painters on Technique: The Colonial Period to 1860. Los Ángeles: Getty Publications.

 

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