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Oralidad y escritura: formas escritas en la pintura

Filacterias, inscripciones y cartelas

Uno de los aspectos que manifiesta la formación de una modernidad en los siglos que nos ocupan son los tránsitos de la oralidad a la escritura. El descubrimiento, poblamiento y conquista de América se sitúa en un momento en el que en Europa se adelanta una revolución, el paso de una sociedad oral medieval a un entorno moderno regido por la escritura. La aparición de la imprenta ayudó a que se formara una cultura del impreso y, con ella, nuevos usos sociales como consecuencia del impacto de la escritura. Los efectos se sintieron también en la pintura, en la cual, de manera tenue pero eficaz, se situó la escritura dentro de la obra. Entre sus diversos mecanismos presentes en la América colonial se encuentran la filacteria, la inscripción y la cartela. Estos elementos, principalmente las filacterias, estaban integrados a la producción visual desde la Edad Media como una especie de “aclaración” a la representación. Su utilización se incrementó con el humanismo renacentista, pero no llegó a ser un elemento notorio, común o determinante de las imágenes. La tradición se importó a los reinos españoles de ultramar, de manera que esta característica persistió durante los siglos XVI al XVIII, cuando aparece eventualmente en las pinturas. Esto significa que aunque no es un elemento característico de la pintura colonial, sí revela el tránsito de una cultura de la oralidad a una regida por la escritura.

Mapa 1. Uso de filacterias en proporción a su pintura en la América colonial

El significado y la presencia de la escritura dentro de la pintura se entiende como una forma de oralidad segunda. Es decir, “cuando se constituye a partir de la escritura dentro de un entorno en el que esta tiende a debilitar los valores de la voz en el uso y en lo imaginario” (Zumthor, 1989, p. 20). Uno de los rasgos esenciales de la oralidad era el gesto, lenguaje corporal que actuaba como representación, imagen y símbolo, un lenguaje codificado que comunicaba a los sujetos a través del cuerpo. Desde esta perspectiva se comprenden las escrituras visuales como elementos de tránsito de la oralidad, afianzadas en la cultura del gesto. La relación de la pintura con la oralidad estaba establecida desde la cultura medieval: la palabra, la escritura y la imagen permanecían juntas, se fundían. La palabra escrita no solo anotaba palabras pronunciadas, sino que tendía a fundar una visualidad emblemática. Por esta razón, en esta tradición las pinturas eran susceptibles de ser “leídas”. Escritura y pintura se asociaban de tal manera que es allí donde nace la filacteria barroca, porque el texto medieval se insinuaba dentro de la imagen, de modo que esta lo podía modificar en función de la lectura alegórica.

Gráfica 1. Comparación de descriptores

Las filacterias se emplearon durante la Edad Media a la manera de una cinta semienrollada o un rollo de pergamino que se ubicaba alrededor de una figura u objeto. Estos eran los tituli, textos que se ubicaban cerca de la boca de los personajes, una forma de hacer oír la voz. Contenían una inscripción que aludía a un texto bíblico o, en ocasiones, reforzaban la iconografía para que el observador ubicara el personaje, como ocurría con los profetas del Antiguo Testamento. En algunas raras ocasiones este dispositivo se empleó para denotar algún tipo de sonido. Su uso se incentivó durante el humanismo renacentista de los siglos XIV y XV, especialmente en escenas de ángeles o de la anunciación, lo que permitía incluir una idea más compleja sobre lo que se quería trasmitir. Paradójicamente, en estos mismos siglos decayó el interés por su utilización, en buena medida debido a la creciente presencia del realismo en la pintura. Sin embargo, este tipo de filacteria de origen medieval se siguió empleando en la cultura colonial, especialmente en pinturas emblemáticas, en la heráldica y en representaciones de series de vidas de santos o en temas como los arcángeles o la adoración de los pastores.

Ilustración 1. Juan Patricio Morlete Ruiz, Vista de la plaza mayor. Óleo sobre tela, 1770, Nueva España. Colección National Museum of Fine Arts, Malta. (Dominio público)

 

La presencia de la palabra escrita en la pintura es un tanto extraña, de lo cual puede establecerse una tipología de las maneras como se complejizó la escritura en el espacio pictórico. Pueden reconocerse al menos tres tipos, ya mencionados. En primer lugar, la filacteria, heredera de los tituli medievales. Estos eran rótulos de palabras que se ubicaban cerca de la boca de los personajes, como si estuvieran hablando. Se empleaba en segundo lugar la cartela, fundamentalmente en la emblemática y el retrato, un espacio sobre la pintura en el que se adhería el texto que daba sentido a la imagen (ilustración 1 y 2). La cultura barroca utilizó estas cartelas pintadas de manera exuberante, en forma de marcos ornamentados, y sobre el cuadro se explicaban asuntos relacionados con la imagen representada y a veces incluían extensas descripciones. En tercer lugar, la inscripción, un texto más común que generalmente se ubicaba en la parte inferior de la pintura, en la que se explicaba el evento que se estaba narrando visualmente, como en el caso de las pinturas de santos, o aspectos de la vida de un sujeto en el género del retrato (ilustración 3, Arca 17502).

Ilustración 2. Juan Rodríguez Juárez, Retrato del virrey Fernando de Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares. Óleo sobre tela, ca. 1717, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Sin embargo, en múltiples ocasiones, en una pintura se incluía de varias maneras la palabra escrita, es así que muchas pinturas muestran diversas formas de iconotextos: la filacteria y la inscripción eran frecuentes, pero también se empleaba el formato del libro para plasmar texto escrito. A partir de estas obras pueden establecerse tres elementos particulares del uso de lo escrito en la pintura: primero, invitan a escuchar la palabra hablada (que emana de los personajes) y a leer la palabra escrita (presente en cartelas e inscripciones); segundo, es un tipo de pintura dirigida a un devoto instruido, con capacidad para leer, es decir, un tipo de representación dispuesta para una meditación más compleja; y, en tercer lugar, la filacteria pierde su cartucho medieval, es la palabra oral que flota en el aire. De modo que la filacteria se convierte en un espacio ambiguo donde transitan la palabra oral y la palabra escrita.

Ilustración 3. Antonio Acero de la Cruz, Santo Domingo en batalla de Monforte. Óleo sobre tela, ca. 1650, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

Las funciones de la filacteria en la primera modernidad estaban relacionadas con el nacimiento de una sociedad regida por la escritura, en la cual las artes figurativas se vieron abocadas a intentar expresar la variedad de conceptos y sentimientos que eran capaces de narrar las artes de la palabra. A comienzos del siglo XVI se inició una larga tradición que buscó la unión entre la palabra escrita y la imagen, de lo cual surgió tempranamente la emblemática (Rodríguez de la Flor, 1995, p. 31). A lo largo del siglo se configuraron diversas maneras de relacionar la palabra escrita y la imagen, entre las que sobresalieron el emblema con tal, que vincula imagen, mote o inscripción lacónica y sentenciosa con un epigrama; la empresa, imagen con mote pero sin epigrama; el jeroglífico, figura o secuencia de figuras; y la divisa, entre otras (Buxo, 1994, p. 30). Este contexto aporta un elemento central: la filacteria que entra al Barroco se inscribe en la emblemática, pero contiene a su vez la tradición medieval. Es decir, se encuentra en el espacio de tránsito entre una sociedad simbólica de escritura periférica y una en la que la escritura comienza a regir las relaciones culturales. La filacteria, entonces, no puede entenderse estrictamente como un elemento integrado de manera exclusiva a la emblemática, se encuentra dentro de la compleja lógica de la relación entre imagen y palabra.

Gráfica 2. Descriptores empleados para clasificar iconotextos

La escritura en la pintura es esencialmente ejercicio de oralidad del gesto sobre la palabra escrita, de modo que afectan la compleja asociación entre imagen y palabra: una técnica de implicaciones visuales para propiciar la oración mental. La propuesta era aportar elementos para que el observador pudiera “leer” la imagen y “ver” la palabra, de manera que la palabra pintada colaboraba en el proceso de meditación de la verdad que se observaba. Es en este entorno en el que la filacteria como oralidad estaba vinculada con el sermón barroco, que unía las tres experiencias: imagen, palabra y oralidad. Las pinturas también “hablaban”; la postura y el gesto de la mano comunicaban al devoto una serie de indicaciones que le ayudaban a su meditación y composición de la imagen. Y por esta razón también eran leídas y escuchadas a la manera de los sermones (Mujica Pinilla, 2002, p. 239). Las escrituras visuales son más frecuentes en ciertos temas que se pueden meditar, son alegóricos o hacen parte de la doctrina de la Iglesia, y la escritura puede aclarar cierta información. Por eso están presentes en la vida de los santos, en las visiones o en las pinturas dogmáticas.

Algunas de estas escrituras estaban dirigidas a un público erudito, debido a su complejidad alegórica y teológica, además estaban escritas en latín. Este tipo de pinturas se han relacionado ampliamente con complejas disputas como la Inmaculada, las defensas de tesis o los problemas de orden escatológico. Incluso, a veces se empleaban complejos artificios retóricos, como la inversión de la filacteria de dos maneras: el texto al revés o el texto invertido que obligaba a la lectura de derecha a izquierda, o también conocido como lectura en espejo. Con base en esta premisa, el primer aspecto que proponía la filacteria era la comunicación especial con la divinidad, de modo que hubiera no solo una transmisión piadosa de la experiencia al devoto, sino que el mensaje se convertía en una propuesta de meditación, efecto esencial de la pintura barroca.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Borja, Gómez, Jaime Humberto. (2015). La oralidad, el gesto y la filacteria en la cultura colonial del Nuevo Reino de Granada. En Escritura e imagen en Hispanoamérica. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.

Buxo, José Pascual. (1994). El resplandor intelectual de las imágenes: jeroglífica y emblemática. En Jaime Cuadriello et al., Juegos de ingenio y agudeza. La pintura emblemática en la Nueva España. México: Museo Nacional de Arte – Conaculta.

Mujica Pinilla, Ramón. (2002). El arte de los sermones. En Ramón Mujica Pinilla et al., El Barroco peruano. Lima: Banco de Crédito.

Rodríguez de la Flor, Fernando. (1995). Emblemas. Lecturas de la imagen simbólica. Madrid: Alianza Editorial.

Stastny, Francisco. (1994). Síntomas medievales en el “Barroco americano”. Documento de Trabajo n.º 63. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.

Villalobos, Constanza. (2016). El lugar de la imagen en Santafé, siglos XVII y XVIII [tesis doctoral, Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá].

Zumthor, Paul. (1989). La letra y la voz de la “literatura” medieval. Madrid: Cátedra.

 

 

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