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Los santos seculares, medievales y de cruzada barroquizados

Santos seculares, reyes y cruzados en América

La mayor parte de las doctrinas y de la administración eclesiástica en la Iberoamérica colonial estuvo bajo el mandato de las comunidades religiosas de origen mendicante. Pero también el llamado clero secular estuvo presente en los procesos de cristianización en las diversas regiones iberoamericanas. De acuerdo con las condiciones pactadas a través del patronato regio, la estructura administrativa de la Iglesia indiana se concretó en una diócesis a cargo de un obispo o, en su defecto, una arquidiócesis bajo el mandato de un arzobispo, sistema que fue efectivo para el ordenamiento territorial y para el proceso de conquista, poblamiento y cristianización. En los espacios diocesanos, célula de la organización eclesiástica, convivían el clero diocesano secular y las distintas comunidades religiosas. Este contexto proporciona una forma de entender el tipo de santos que llegaron a América, pues cada comunidad religiosa incentivaba el culto a sus propios santos. Esto no quiere decir que el culto a los santos fuera privativo de cada orden religiosa, sino que cada una le rendía una veneración especial a los santos de su orden. La expansión de las devociones en algunas regiones estaba marcada por la presencia de esas órdenes. Los casos son abundantes: por ejemplo, el culto a la Virgen de la Merced o a san Pedro Nolasco se dieron especialmente en regiones donde los mercedarios estuvieron presentes (Rubina, 2015, p. 124).

Mapa 1. Proporción de santos seculares, medievales y de cruzada en relación a la categoría santos hombres

El panorama de los santos es amplio, entonces, además del culto impulsado por el clero regular, hay que preguntarse qué otros santos tuvieron fuerza cultual y un desempeño significativo en las devociones coloniales. Esta pregunta implica establecer el tipo de valores “barrocos” que encarnaban para estas sociedades coloniales, es decir, cómo se leían sus virtudes. Los santos que estaban dentro de este grupo eran los que habían vivido entre finales del periodo la Iglesia primitiva, desde el siglo V, hasta la Reforma del siglo XVI, época que coincide con la conquista, poblamiento y cristianización de América. En este sentido, el criterio cubre la santificación de la jerarquía eclesiástica, especialmente el grupo de obispos de la cristiandad temprana que no murieron como mártires, pero que tenían importancia en el cristianismo colonial. Así mismo, se incluyen algunos papas santos que fueron objeto de culto, también los santos de los tiempos de las cruzadas del siglo XII al XIII, especialmente reyes, que realzaban el poder de la Corona española y los santos seculares que encerraban significados precisos para esta sociedad.

Esta presencia de santos seculares implica hacer dos precisiones: primero, buena parte de los santos mendicantes son también medievales, pero pertenecen a las órdenes, luego su culto está mediado por un carisma específico. Segundo, para los siglos XVI al XVIII, tiempo en el que transcurre nuestra Colonia, no existe una conciencia histórica sobre lo medieval, por lo que tampoco se da una separación entre aquellos santos que pertenecen a un tiempo medieval y aquellos que viven en su época. Del complejo y largo santoral se escogen algunos que marcan valores y relaciones para su época. Es por esta razón que los que se podrían llamar “medievales” están presentes en la mayoría de las regiones iberoamericanas.

Como se observa en la gráfica de santos por órdenes y tradiciones, los seculares medievales, obispos y papas cubren un 27 % del total de las representaciones de los santos que no son fundadores, mártires o pertenecientes a la Iglesia primitiva; es decir, una cantidad de imágenes representativa dentro del conjunto. Estas pinturas están relacionadas con contextos culturales que permiten que estos santos tengan un lugar en las devociones. Por ejemplo, las pinturas de san Eloy, de culto en la región de los Andes, son importantes en aquellas sociedades que contaban con gremios de plateros (Arca 552); mientras que san Roque, quien atiende las pestes, tuvo una gran importancia en zonas afectadas por este flagelo, como la Nueva Granada. De este modo, y con excepción de Cuba y Puerto Rico, que a pesar de su escasa pintura tienen una proporción significativa de estos, las demás regiones coloniales poseen unos porcentajes relativamente similares que se ubican sobre un promedio del 7 % del total de los santos pintados (mapa 1).

 

Los tiempos de los santos medievales

Gráfica 1. Línea de tiempo de los santos seculares, medievales y de cruzada barroquizados

Los temas relacionados con santos aseguran una producción consistente durante todo el periodo colonial. Sin embargo, como ocurre con las periodizaciones, la producción toma vertientes distintas cuando se particularizan los temas. La producción de pinturas relacionadas con obispos de la cristiandad temprana decae durante el siglo XVIII, lo mismo que la pintura de santos papas. No ocurre lo mismo con la pintura de santos de cruzada y laicos, los cuales se mantienen en continua producción, e incluso su presencia tiende a crecer a mediados del siglo XVIII, como puede apreciarse en la línea de tiempo (gráfica 1).

 

Santos medievales

A partir del año 930 se iniciaron los procesos de canonización, que debían cumplíar con ciertas reglas. Entre el gran espectro de santos que tenía la Iglesia católica desde esta época, la cultura colonial escogió unos cuantos para su devoción, agrupados bajo unas condiciones muy precisas. De acuerdo con el volumen de producción, pueden clasificarse visualmente en tres grupos. El primero está conformado por santos obispos de la cristiandad temprana, de los primeros tiempos de una Iglesia oficial e institucionalizada imperialmente entre los siglos V y VIII. Las pinturas de estos obispos tienen la particularidad de romper el modelo acostumbrado de los santos, según el cual aparecen de cuerpo entero con su atributo. Por el contrario, este conjunto de obispos está representado por una acción espiritual que los define: san Eloy, patrono de los plateros, se representa trabajando en su taller o montando objetos de plata; san Ildefonso aparece en el momento que se le impone la casulla; san Martín de Tours, en el momento en que regala su capa a los pobres (Arca 5536); san Isidoro, en la batalla de Baeza (Arca 5511); y Nicolás de Bari, en el momento que resucita a los tres niños que iban a ser devorados (Arca 4537). En estos casos, se trata de santos con un claro objeto devocional que, además, representaban virtudes concretas dentro de estas sociedades.

Ilustración 1. Anónimo, San Luis Rey de Francia. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Quito. Colección Museo Municipal de Guayaquil. (Fotografía de Jaime Borja)

 

Un segundo grupo de santos medievales revalorados con los principios del Barroco está compuesto por algunos papas medievales que fueron santificados, importantes para la tradición católica colonial porque representaban indirectamente algo significativo para estas sociedades. Por ejemplo, Pio V, en cuyo pontificado se establecieron las misiones de evangelizaciones, o papas que aprobaron algunas órdenes mendicantes (Arca 7898). Pero el grupo realmente importante es el de los santos seculares, que se subdividen en santos de cruzadas, santos populares y santos del siglo XVI en la lucha antiprotestante. Los primeros son reyes medievales que se caracterizaron por sus luchas contra los infieles musulmanes en diferentes escenarios de cruzadas: desde las del cercano Oriente, con Luis de Francia, Guillermo de Aquitania y san Fernando (ilustración 2, Arca 16555), quien conquistó Sevilla, que estaba en poder de los musulmanes. Este tipo de santos tiene importancia para una sociedad que sacraliza el poder real y está en lucha contra los idólatras indígenas.

Ilustración 2. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, Entrega de Sevilla a san Fernando. Óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

El segundo grupo vincula santos de arraigo popular, ya sea porque son protectores de situaciones como las pestes, llamados pestíferos, como es el caso de san Roque (Arca 17160); o porque se les encargaba la protección de los campos, como san Isidro (Arca 2875). Ambos santos, el primero del siglo XIII y el segundo del siglo XII, tuvieron una gran acogida en muchos lugares de la América colonial, porque, además de su origen popular, protegían dos aspectos de la vida cotidiana, la salud y los cultivos, centrales en una economía de tierra. Entre estos santos medievales debe destacarse a Juan Nepomuceno (ilustración 3, Arca 18048), muy popular en el siglo XVIII y uno de los santos con mayor cantidad de representaciones, advocación introducida por los jesuitas. Este santo, además, es de los que integran a Bohemia con el resto de Europa.

 

Los laicos, la secularización, los santos

Esta tipología de santos, independientemente de su época, se mueve entre dos líneas definidas: santos obispos y santos laicos. Quizá es más usual asociar santidad a miembros de la Iglesia católica, relación que se fortaleció en el siglo IV, y a partir de allí se asoció el estado clerical con la santidad. Sin embargo, a partir del siglo XII, y especialmente con el movimiento de las cruzadas, comenzó a surgir la figura del laico dentro del estamento religioso, es decir, aquella persona que vivía en el mundo secular, que no había hecho ningún tipo de votos religiosos, y seguía a la perfección los lineamientos cristianos (Durán, 2008, p. 265). El surgimiento del laico tuvo un impacto importante porque, además de otros efectos culturales, convirtió al sujeto normal, cotidiano, en sujeto de religiosidad y, por lo tanto, en alguien que podía alcanzar la santidad canónica. Por esta razón, en los siglos XII y XIII se observan las primeras canonizaciones de laicos, personas que habían trabajado a favor de la fe: reyes y nobles señores que habían participado en las cruzadas (ilustración 1).

Ilustración 3. Anónimo, San Juan Nepomuceno. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Quito. Colección de Arte del Banco de la República, Bogotá. (Fotografía del Banco de la República/Óscar Monsalve)

 

Aunque este tema no había sido investigado para el caso de la América colonial, la pregunta es igualmente válida: ¿cómo se dio el proceso de conformar al santo laico en Iberoamérica? El problema debe abordarse a partir de las implicaciones que esto tiene en una sociedad sacralizante, en la que las fronteras entre religión y política no estaban claras, como en la colonial. El culto a los santos y santas laicos es un síntoma. Además, dicha sociedad tenía tendencias militarizantes resultado del proceso de conquista, población y pacificación del territorio. Este aspecto es el que también se presenta como alternativa importante al culto de los reyes santos, con lo cual se realzan el poder de la Corona y el carácter santo de la elección de Dios sobre los reyes, quienes seguían el modelo de David, ungido rey por la elección de Dios, que estuvo tan de moda en la Edad Media.

A finales de la Colonia se da un último tema vinculado a los santos y su relación con la realeza, pero en una perspectiva muy diferente: san Juan Nepomuceno, introducido por los jesuitas, muere martirizado por el rey por no querer revelar un secreto de confesión. Se hace, entonces, legítimo morir oponiéndose al rey y esta idea, a finales del siglo XVIII, en pleno ascenso criollo, era innovadora.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Durán, Norma. (2008). Retórica de la santidad. Renuncia, culpa y subjetividad en un caso novohispano. México: Universidad Iberoamericana.

González Fernández, Rafael. (2000). El culto a los mártires y santos en la cultura cristiana. Origen, evolución y factores de su configuración. Kalakorikos, 5, 161-185.

Mínguez, Víctor (ed.). (2007). Visiones de la monarquía hispánica. Barcelona: Publicacions de la Universitat Jaume I.

Ribadeneyra, Pedro. (1790). Flos Sanctorum de las vidas de los santos. Barcelona: Imprenta de los consortes Sierra, Oliver y Martí.

Rubial García, Antonio. (2011). La justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo. México: Editorial Trama.

Rubina Vargas, Celia. (2015). Narrativa visual y literaria en el ciclo de la vida de san Pedro Nolasco en el claustro del convento de la Merced del Cuzco. En Cecile Michaud (ed.), Escritura e imagen en Hispanoamérica. De la crónica ilustrada al cómic. Lima: Fondo editorial de la Universidad Católica.

Sánchez-Concha Barrios, Rafael. (2003). Santos y santidad en el Perú virreinal. Lima: Vida y Espiritualidad.

Schenone, Héctor. (1992). Iconografía del arte colonial. Los santos. Buenos Aires: Fundación Tarea.

 

 

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