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Los santos de órdenes mendicantes

Diversidad de órdenes mendicantes

Las órdenes mendicantes nacieron en la Baja Edad Media como resultado del proceso de reurbanización del espacio europeo, que, a su vez, era consecuencia de otros sucesos históricos relacionados, como la acumulación feudal y el consecuente desarrollo del comercio. En efecto, en el siglo XIII se dieron cambios en los centros urbanos, lo que incluyó la aparición de un nuevo grupo social —los burgueses—, nuevas instituciones —como las universidades— y nuevas perspectivas estéticas —como el gótico—. Es decir, el mundo medieval cambiaba y la vieja espiritualidad monástica, así como la secular, no brindaban posibilidades espirituales a la nueva vida urbana. En este contexto nacen las que serían llamadas «órdenes mendicantes», en respuesta a las nuevas necesidades espirituales y urbanas. San Francisco de Asís es un buen ejemplo: hijo de un comerciante de la ciudad de Asís, a finales del siglo XII, resuelve de manera voluntaria, y paradójicamente, tener una vida espiritual en la pobreza, opción opuesta a una sociedad que lentamente se enriquecía. Salía a predicar el evangelio mendigando por el mundo. De allí reciben su nombre estas congregaciones, que optan por un nuevo modelo de vida basado en las llamadas «economías de beneficio» (Little, 1980).

Mapa 1. Proporción de los santos de órdenes mendicantes con respecto a santos masculinos

Estas nuevas órdenes se fueron incorporando lentamente a la cristiandad medieval. Hacia mediados del siglo XIII ya estaban aprobadas por el papado y adquirían nuevas funciones dentro de la cristiandad: se vincularon con las universidades, donde los franciscanos y los dominicos tuvieron un prestante papel como filósofos y teólogos. Pero, además, se les encargó la administración de la naciente Inquisición debido a su preparación teológica. Mientras tanto, los mercedarios redimían cautivos cristianos, prisioneros de los musulmanes, al otro lado del mediterráneo, sobre las costas de la Berbería. A algunas de estas órdenes mendicantes, como cultivaban el sacrificio, la evangelización y la propagación de la palabra, se les encargó la muy difícil tarea de viajar a Oriente. Se llevaron a cabo las primeras “misiones diplomáticas” del Occidente cristiano hacia al mundo oriental mongol y chino, que cada vez era más fuerte políticamente. Los viajes franciscanos abrieron las rutas comerciales que siguieron los venecianos del siglo XIII. Este proceso desplegó la alternativa para que, tras los descubrimientos colombinos que asombraron a Europa a partir de 1492, se enviara a los mendicantes, que tenían espíritu y experiencia, a llevar a cabo la evangelización y cristianización del nuevo mundo.

De este modo, se fueron estableciendo las órdenes mendicantes en América. Principalmente dominicos, franciscanos, agustinos y, más tarde, otras con menores alcances regionales, como los carmelitas y mercedarios. Durante los siguientes siglos del periodo colonial aparecieron en América unas más, como los capuchinos, trinitarios y mínimos, pero las primeras fueron las más sobresalientes en términos del aporte de santos a la cultura visual. La presencia de las órdenes mendicantes en Iberoamérica está relacionado con el tipo de territorio, la densidad de población indígena y hasta con la riqueza material y simbólica del espacio (mapa 1). La Nueva España y Perú recibieron la mayor y más temprana atención, en la primera mitad del siglo XVI; mientras que la llegada a la Nueva Granada, Quito y Venezuela fue un poco tardía, en la segunda mitad de ese siglo, con procesos más desordenados de instalación. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI ya había conventos masculinos —la forma tradicional de agruparse— en las diferentes fundaciones urbanas y las órdenes se expandían en el espacio colonial a través de distintos mecanismos, como la doctrina, el repartimiento y la atención de encomiendas.

Esta expansión marcó el mapa con la presencia de las comunidades religiosas en Iberoamérica, diferenciando regiones con predominio franciscano, dominico o agustino, principalmente. Y esta presencia caracteriza la intensidad de su cultura visual. En la gráfica de santos por órdenes puede observarse cómo las mendicantes cubren el 51 % de la producción visual del segmento de los santos que no hacen parte de los fundadores o la Iglesia primitiva. Esta cifra, aunque es representativa, queda un tanto disminuida frente a la Compañía de Jesús, que tiene el 22 % del total. El conjunto acumula pinturas de santos de las cinco grandes órdenes, que son los franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas y mercedarios, en orden de cantidad de miembros. Estos datos se encuentran con más precisión en el mapa 1, en el que puede apreciarse cómo la presencia de mendicantes es fuerte en América, precisamente por la ardua labor misionera. Los datos de producción son más elevados en regiones como la Audiencia de Charcas, Brasil y los territorios anglosajones, especialmente al sur, donde se llevaron a cabo misiones de evangelización. Sin embargo, las proporciones no son muy diferentes a las de otros territorios. La presencia de comunidades es permanente en casi todas las regiones, pues ellas fueron los encargadas de llevar a cabo casi toda la evangelización del continente.

 

Línea de tiempo de los santos mendicantes

Gráfica 1. Línea de tiempo de los santos de órdenes mendicantes

La línea de tiempo muestra ciertas particularidades con respecto a la pintura de santos de las órdenes mendicantes en Iberoamérica. La primera de ellas es que esta pintura está presente a finales del siglo XVI y se mantiene estable principalmente en el siglo XVII, con algunos incrementos a partir de la década que comienza en 1640. Dicha situación se explica por varias razones: por un lado, se trata de comunidades religiosas que, aunque perciben tributación indígena, no tienen los recursos necesarios para mandar a pintar santos de la orden o las devociones. La acumulación de riqueza y la consolidación de cofradías y obras pías en el siglo XVII, principales comitentes, incentiva la producción visual bajo los intereses de las respectivas comunidades. Contrario al tradicional decaimiento que ocurre con otros temas visuales del siglo XVIII, durante este periodo la pintura de santos mendicantes se mantiene activa, lo cual está relacionado con la permanente activación de procesos de santidad, un santoral que año tras año se renovaba.

 

Las imágenes de los mendicantes

Cada una de las comunidades religiosas propició el culto a sus propios santos. Pero debido a razones de estima, culto popular o identificación con los valores de la comunidad, solo unos cuantos tuvieron un fuerte desarrollo visual. En su mayoría, salvo algunas excepciones, las representaciones siguen de cerca las convenciones para pintar santos en los siglos barrocos. Esto es, el santo de cuerpo entero con sus atributos y, eventualmente, elementos particulares de su historia. Los agustinos, por ejemplo, tienen tres santos centrales que, de acuerdo con las cantidades de representación, son san Nicolás de Tolentino, santo Tomás Villanueva y san Juan de Sahagún. Los dos últimos tienen prácticamente la misma cantidad de pinturas siguiendo el mismo patrón (Arca 1298) y el popular san Nicolás de Tolentino tiene diversas maneras iconográficas, que están relacionadas con su papel de intercesor en el purgatorio (Arca 4766), su muerte y sus milagros (Arca 11092), al igual que sus penitencias (Arca 1836).

Ilustración 1. Anónimo, San Pedro Regalado cargado por los ángeles. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Perú. Colección Philadelphia Museum of Arts, Filadelfia. (Dominio público)

 

Por otra parte, los carmelitas, que no tuvieron tanta presencia en la región, centran su interés en tres santos: san Alberto de Sicilia, san Juan Stock y san Juan de la Cruz, siendo este último el más representado de la orden. San Juan de la Cruz, por su relación con la mística y la popularidad que tenía, acumula formas distintas a las tradicionales: se destacan, por supuesto, las visiones (Arca 7141) y los milagros (ilustración 1, Arca 12994), y se resalta especialmente su labor de escritor místico. Por su parte, los mercedarios, localizados en algunas regiones de la América andina, incentivan la cultura visual alrededor de san Pedro Pascual y san Ramón Nonato, cuyas pinturas, por lo general, son bastante parcas. Esto es precisamente lo que no ocurre con los dominicos y los franciscanos, las órdenes más complejas e imponentes visualmente. Los dominicos establecen el centro de prioridad devocional en seis santos: san Alberto Magno, san Jacinto, san Luis Beltrán, san Pedro Verona y, los más importantes, santo Tomás de Aquino y san Vicente Ferrer. De estos dos últimos resalta la figura de santo Tomás de Aquino, uno de los ejemplos de intelectualidad medieval. De hecho, por aquellos días su sistema filosófico se elevaba a norma central para la comprensión de la realidad católica (ilustración 3, Arca 17724). La imagen de santo Tomás sigue estándares fundamentalmente académicos: se lo presenta pisando a herejes y con instrumentos de escritura, libros y bibliotecas. Dentro de esta categoría, con muchas menos imágenes, también se encuentra el importante filósofo san Alberto Magno.

Ilustración 2. José Juárez, La última comunión de san Buenaventura. Óleo sobre tela, siglo XVII, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Por último, los franciscanos, el grupo más numeroso, cuya espiritualidad basada en la humildad era bien conocida, al igual que sus santos, algunos de los cuales gozaron de gran popularidad, como san Antonio de Padua, san Pedro Alcántara (Arca 4743) y san Diego de Alcalá, además de algunos otros, como san Pascual Bailón, san Felipe Benicio, san Buenaventura (ilustración 2, Arca 1308), san Juan Capistrano y san Francisco Solano. Algunas de las representaciones de San Buenaventura, importante filósofo, son cercanas a las de santo Tomás. Hay que tener en cuenta que entre más popular fuera el santo aumentaban las formas de su representación. También hay que centrar la atención en san Pedro Alcántara, que tiene modelos muy definidos de mortificación, y especialmente, en el popular san Antonio de Padua, cuyas representaciones se multiplican y de las cuales hay importantes series de su vida. Su modelo, por lo general, es el mismo: la visión del Niño Jesús.

Ilustración 3. Anónimo, Santo Tomás de Aquino. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Nueva Granada. Colección Orden Dominica, Colombia. (Fotografía de Jaime Borja) (Arca 17724)

 

La mortificación, el conocimiento y los santos

Los mendicantes son quizá los santos más populares, por lo que cubren muchas devociones (gráfica 2). Su importancia puede caracterizarse, por lo menos, en tres grandes sectores. El primero es la relación que tienen las órdenes mendicantes con la vida intelectual, pues muchos de sus miembros fueron grandes pensadores. Entre ellos, el franciscano san Buenaventura y el dominico santo Tomás, quienes son responsables de la importante tradición sobre la que reposará el llamado «pensamiento escolástico», que perdurará hasta bien entrado el siglo XX. La tradición intelectual es evidente en estas pinturas, que tienen un carácter universitario (ilustraciones 2 y 3).

Gráfica 2. Santos mendicantes más representados

Un segundo sector está relacionado con la tendencia que tienen estos santos a la mortificación. Es muy usual la pintura del propio san Francisco y santo Domingo mortificándose con disciplinas, mismo camino que siguen Nicolás de Tolentino y Pedro Alcántara. Una situación particularmente importante porque en las devociones populares se convierten en intercesores con las almas del purgatorio. Todos estos santos se caracterizaban por la extrema exigencia cristiana, la ardua mortificación del cuerpo y la demostración de sus virtudes. Se trataba de presentarles a los laicos modelos exigentes de vida para su imitación. La canonización de una persona constituía una reafirmación de los valores y las costumbres católicas, especialmente de aquellas que habían criticado los protestantes.

La cultura visual trataba de identificar a estos santos con la imagen simbolizada de nuevos cristos, objetivo muy cercano a las intenciones de la devotio moderna, la imitatio Christi. El propósito de este tipo de discurso visual era asegurar la conformación del cuerpo mortificado y sufriente en todo creyente. Este tipo de modelo de imitación estaba dirigido, en su conjunto, a todos los estados de los cristianos: el religioso, el casado y el soltero. La mortificación, imitando a los santos, debía hacerse de acuerdo con los deseos del nivel de perfección a la que se deseara llegar. Para cada estado había un tipo de mortificación. Los tratados de mística establecían la jerarquización entre “buenos cristianos”, a quienes se les sugerían mortificaciones en el cuerpo, empleando cilicios, disciplinas, ayunos, retiros y vigilias; los cristianos “ordinarios”, con virtudes ordinarias, a los que se les recomendaban “obras penales”, especialmente la mortificación de las pasiones, es decir, el control de los sentidos; y los cristianos más débiles y jóvenes, a los que se les aconsejaban las mortificaciones leves, como vestirse de mala manera o la renuncia voluntaria a comer, beber, dormir y descansar. Y para cada uno de estos niveles había un santo y una historia.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Alzate Montes, Carlos Mario et al. (ed.). (2014). Religiosidad e imagen. Aproximaciones a la colección de arte colonial de la Orden de Predicadores de Colombia. Bogotá: USTA.

Del Valle Tabatt, Francisca. (2010). Serie El Santoral Dominico en el Museo Histórico Dominico. Santiago: CDBP.

Durán, Norma. (2008). Retórica de la santidad. Renuncia, culpa y subjetividad en un caso novohispano. México: Universidad Iberoamericana.

Little, Lester. (1980). Pobreza voluntaria y economía de beneficio en la Europa medieval. Madrid: Taurus.

Ribadeneyra, Pedro. (1790). Flos Sanctorum o libro de las vidas de los santos. Barcelona: Imprenta de los consortes Sierra, Oliver y Martí.

Ricard, Robert. (19956). La conquista espiritual de México. México: Fondo de Cultura Económica.

Schenone, Héctor. (1992). Iconografía del arte colonial. Los santos. Buenos Aires: Fundación Tarea.

 

 

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