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Los santos modernos: los jesuitas

Los jesuitas y su historia

La Compañía de Jesús es una de las consecuencias más contundentes de la Contrarreforma católica. Podría pensarse que la afirmación es un poco categórica, pero los popularmente llamados «jesuitas» son el resultado del proceso que se generó en Europa tras la fijación de las tesis de Lutero en 1517. La orden adquirió características que la convirtieron en uno de los ejes de la cultura católica de los siglos XVI al XVIII, hasta su supresión en 1767. El proceso de creación lo inició el militar vasco Ignacio de Loyola, quien tras haber sido herido optó por una vida espiritual a la cual le imprimió su sello y estructura militar: de allí el nombre de “Compañía” de Jesús, cuyos miembros se comprendían a sí mismos como “soldados” de Cristo. La estructura de la orden estaba relacionada con las críticas de los reformados a la Iglesia católica, que señalaban la débil formación de su clero. Por esta razón, los jesuitas optaron por una formación larga, muy vinculada a las ciencias, las universidades y la vida intelectual. Ignacio conoció en la Universidad de París a sus primeros discípulos, con quienes fundó la Compañía, la cual fue aprobada por Paulo III en 1540.

Mapa 1. Proporción de pintura de jesuitas con respecto a los santos masculinos

La intención original de Loyola y sus compañeros era viajar a Oriente, pero las guerras contra el Imperio turco de aquella época lo impidieron, entonces decidieron quedarse en Europa. Esto permitió concretar las tendencias espirituales más sobresalientes de la Compañía, entre las cuales se destacaban aquellas que pretendían aportarles fortaleza al atacado papa y a una cristiandad que acababa de fracturarse. Una cristiandad, por demás, en la que rápidamente se expandían las iglesias reformadas. De esta manera, se crearon misiones que dependían del papa y se estableció un cuarto voto, la obediencia al papa, además de los tradicionales de pobreza, castidad y obediencia. También crearon los mecanismos para generar una compleja reespiritualización de la cultura católica, que incluía la contemplación activa y la estructuración de los Ejercicios espirituales. La importancia de estos ejercicios para la cultura visual es que contenían el método llamado «la composición de lugar» (compositio loci), determinante en la conformación del canon visual de la cristiandad católica (Fabre, 2013, p. 44).

La Compañía se expandió rápidamente. A la muerte de Ignacio, en 1556, los jesuitas repartidos en doce provincias sobrepasaban el millar; para 1615 eran cerca de trece mil. No solo se expandieron por toda Europa, sino que llegaron a donde no había incursionado predicador alguno. Los viajes de algunos jesuitas son famosos en la historia de las expediciones: Mateo Ricci viajó a China, donde llegó a ser consejero imperial y uno de los primeros occidentales en emprender el laborioso camino de aprender y traducir la cultura occidental al chino; o el importantísimo Francisco Javier, quien murió en Oriente después de intentar crear misiones en Japón. A América, por supuesto, ingresaron en varias etapas entre 1570 y 1610, principalmente a los virreinatos de Nueva España y Perú, ya institucionalizados. Más adelante, a comienzos del siglo XVII, se internaron en los otros territorios. Incluso los actuales territorios de Canadá y el Misisipi fueron explorados por jesuitas franceses. Esta expansión, protegida y auspiciada por la Corona española con el beneplácito romano, viable por el patronato regio, favoreció que se creara una fuerte cultura visual a lo largo y ancho de Iberoamérica, impregnada no solo con temas de santos jesuitas sino también de su espiritualidad.

Los jesuitas se instalaron en los diferentes virreinatos americanos con expectativas completamente distintas: en algunas regiones construyeron bases para misiones, en otras desarrollaron los proyectos educativos vinculados con colegios y universidades, y en otros lugares llevaron a cabo la reevangelización urbana. El proyecto era complejo, por lo cual la importancia de la Compañía en cada una de las regiones dependió de diversos aspectos. Por ejemplo, en la Nueva España y Perú, donde la población indígena era más alta, había muchísimas más órdenes religiosas, lo que disminuía su influencia. Sin embargo, los datos recogidos para esta investigación, como puede observarse en el mapa 1, muestran que los porcentajes más altos con respecto al conjunto de los santos masculinos se encuentra en Quito, donde la Compañía se fortaleció, incluso intelectualmente. Con excepción de Charcas y Brasil, la mayor parte de los territorios coloniales muestran porcentajes entre el 3 % y el 7 % para los jesuitas, respecto a santos masculinos. De cualquier modo, como se observa en la gráfica de los santos por órdenes, el 22 % de la pintura producida es de santos jesuitas. Es el segundo conjunto más grande, después de los santos franciscanos, muy significativo si se tiene en cuenta la diferencia de trescientos años de fundación y, por tanto, estos últimos con una mayor cantidad de tiempo y de santos.

 

Tiempos de santos jesuitas

La producción de pintura de temas de santos jesuitas se ubica entre 1610 y cerca de 1770, como puede observarse en la línea de tiempo. Esta indicación de producción se encuentra precisamente entre el asentamiento de la Compañía en la mayor parte de los territorios iberoamericanos y los años de su expulsión de todos los dominios de la Corona española. Durante estos ciento cincuenta años, las décadas de mediados y finales del siglo XVII son las de mayor producción. Igualmente puede notarse la historicidad de los distintos santos en la línea de tiempo: Francisco Javier y Francisco de Borja tienen la mayor cantidad de pinturas y atraviesan los ciento cincuenta años. Otros, como Kotska y Alonso Rodríguez, se mueven en tiempos más cortos, que dependen de sus procesos de beatificación y santificación.

Gráfica 1. Línea de tiempo de los santos modernos: los jesuitas

 

Las imágenes

Ilustración 1. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, San Francisco de Borja. Óleo sobre madera, segunda mitad del siglo XVII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

En los casi doscientos años de presencia de la Compañía de Jesús, desde su fundación hasta su supresión en 1767, logró poner cerca de la mitad de los santos canonizados en el mundo católico durante estos siglos (Rubial, 1999, p. 42). Es decir, su poder era innegable. De los muchos canonizados, en América tomaron fuerza tan solo algunos de ellos. La clasificación de estas pinturas jesuitas se llevó a cabo teniendo en cuenta los más representados, entre los que se cuentan los santos Francisco Javier, Alonso Rodríguez, Francisco de Regis, Luis Gonzaga y Estanislao de Kotska. Las pinturas son básicas, responden a modelos que son usuales en las representaciones de santos de estos siglos: pintados de cuerpo entero o medio cuerpo, sosteniendo el atributo iconográfico más representativo. Este es el caso de la ilustración 1 (Arca 16571), en la que san Francisco de Borja aparece de medio cuerpo, sosteniendo el cráneo que relata la historia de su vocación, con la tradicional sotana negra de los jesuitas y un trasfondo austero e indefinido que hace parte de la espiritualidad puesta en función de la pobreza.

Ilustración 2. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, Muerte de san Francisco Javier. Óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

A pesar de que domina la austeridad, dentro de las diversas imágenes de los santos jesuitas hay dos tipos de narraciones: un hecho central en la vida del santo y un elemento muy barroco, las visiones. El hecho central está vinculado con aspectos que hacen sobresaliente al santo: la conocida vocación de san Francisco de Borja (Arca 16009), la sanación y muerte del joven san Luis Gonzaga (Arca 3066) o la comunión de Kotska (Arca 1937). Por su parte, las visiones son muchísimo más ricas, ya que obedecen a los principios de la compleja composición de lugar. Esta técnica o tecnología de la imagen (Rodríguez de la Flor, 1995, p. 203) era uno de los métodos de los Ejercicios espirituales, pues se trataba de hacer una imagen mental de lo que se quería meditar y, una vez elaborada, se comenzaba a componer con los sentidos. Un ejemplo puede verse en Arca 16267, el milagro de san Alonso: la meditación sobre la imagen debe conducir a oír al hombre que estaba afuera, oler las flores y sentir la mano de la Virgen. Es decir, se trataba de poner todos los sentidos en función de la imagen, de modo que ella despertara emociones y relaciones sensitivas.

Gráfica 2. Santos jesuitas más representados

El santo jesuita que es excepcional dentro de la cultura visual es Francisco Javier (ilustración 3). Como se observa en la gráfica 2, ocupa más del 60 % de la pintura relacionada con este tema. Sus representaciones, además de cubrir los dos escenarios mencionados, incluyen un sinnúmero de temas y narraciones sobre su vida, lo cual muestra la gran importancia que tuvo como centro de culto en la Colonia, compitiéndole de cerca a san Ignacio de Loyola. Los temas que son más usuales respecto a este santo, además de las visiones y las pinturas de atributos, son sus milagros, la predicación y su muerte en Oriente (ilustración 2, Arca 16060). En primer lugar están las extensas narraciones que se hacen sobre sus milagros, relacionados con naufragios, intervenciones ante pestes, expulsión de demonios, etc., que favorecen los relatos de la intercesión milagrosa en función de mostrarlo como una alegoría de la nueva espiritualidad (Arca 19628). San Francisco Javier también es famoso por sus predicaciones, vinculadas a la nueva espiritualidad que propugnan los jesuitas, sobre las que existe un buen número de pinturas (Arca 16506). Finalmente se encuentra el tema barroco de la muerte, tan importante en la vida del santo. Sobre este hecho, muy representado, se llevó a cabo el mismo modelo narrativo en la mayor parte de las regiones americanas (Arca 1315).

 

Jesuitas en América

El poder y la presencia de la Compañía de Jesús en Iberoamérica son innegables debido a las misiones, las fundaciones, los colegios y las universidades. Este poder, que en buena medida llevó a su supresión en 1767, debe ser visto en varios niveles. En primer lugar, la autoridad intelectual que desarrollaron les permitió convertirse en la orden religiosa con mayor cantidad de autores y publicaciones, un verdadero reto si se tiene en cuenta que hasta mediados del siglo XVIII solo había imprenta en Lima y México. Esta carencia no fue obstáculo para que, por ejemplo, el sacerdote jesuita neogranadino Pedro Mercado publicara, a finales del siglo XVII, más de veinte libros en imprentas europeas, y que algunos, como la Destrucción del ídolo, ¿qué dirán?, alcanzara un número significativo de ediciones y traducciones a otros idiomas. Este poder intelectual fue acrecentado con cierto éxito a través de las distintas universidades que tenía la Compañía en América, una de las vetas de su espiritualidad.

Ilustración 3. Miguel Cabrera, San Francisco Xavier. Óleo sobre cobre, siglo XVIII, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Junto a este poder debe destacarse el trabajo de las misiones de evangelización, acción que se adelantó con éxito aún en el siglo XVIII. Las de Paraguay, en la Audiencia de Charcas o en los Llanos Orientales de la Nueva Granada establecieron nuevas fronteras y vincularon el proceso con una cultura de la visualidad, como lo demuestran los libros que resultaron de este proceso: un ejemplo es el Orinoco ilustrado de Joseph Gumilla. Esta es una de las razones por las cuales es tan importante san Francisco Javier, el símbolo del jesuita misionero que llega a los confines del mundo. Pero el impacto no se queda solamente en este lugar. La espiritualidad jesuita es tan imponente y fuerte que no se restringe a la Compañía, pues fue practicada ampliamente en círculos laicos y otras comunidades religiosas, incluso femeninas. Entre los rasgos más característicos de dicha espiritualidad se encuentran los Ejercicios espirituales, que tenían el poder de convocar imágenes. Fueron tan importantes estos ejercicios que, de hecho, se conservan sus pinturas (Arca 19632) y en Quito se estableció una casa para llevar a cabo esta práctica espiritual.

Un último aspecto que debe tenerse en cuenta es el gran impacto de la tradición jesuita en la cultura visual (Fumaroli, 2004, p. 35), lo que se mide en relación a la importancia que tuvo la compositio loci (composición de lugar) en la producción de imágenes. Desde que san Ignacio de Loyola estableció esta tradición se convirtió, sin proponérselo, en uno de los primeros hombres modernos en la medida que individualizaba los sentimientos, proponía meditar sobre ellos e incluía la experiencia estética dentro de la espiritualidad (Plazaola, 2005, p. 9). Esto lo absorbieron las artes y puso a la Compañía a la vanguardia de la retórica de la imagen. Solo por mencionar dos ejemplos, se encuentran los complejos estudios del padre Athanasius Kircher (Findlen, 2004, p. 51) y las influyentes imágenes del padre Jerónimo Nadal (Fabre, 2013, p. 183). La composición de lugar se convirtió en todo un programa para la lectura y el trabajo de imágenes de todo tipo.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Fabre, Pierre Antoine. (2013). Ignacio de Loyola. El lugar de la imagen. El problema de la composición de lugar en las prácticas espirituales y artísticas jesuitas en la segunda mitad del siglo XVI. México: UIA.

Findlen, Paula. (2004). Athanasious Kircher. The Last Man who Knew Everything. Londres: Routledge.

Fumaroli, Marc. (2004). Los jesuitas y la apología de las imágenes sagradas. Artes de México, 70.

Plazaola, Juan. (2005). Ignacio de Loyola y el arte de los jesuitas. Artes de México, 76.

Rodríguez de la Flor, Fernando. (1995). Emblemas. Lecturas de la imagen simbólica. Madrid: Alianza Editorial.

Rubial, Antonio. (1999). La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables no canonizados de Nueva España. México: UNAM – Fondo de Cultura Económica.

 

 

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