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El contenido religioso de lo secular: estaciones, sibilas, virtudes, clásicas, zodiacos y continentes

Barroquizar temas clásicos y algunas nuevas alegorías

Las pinturas alegóricas profanas no trataban de capitalizar antiguos conocimientos, sino que empleaban la antigua sabiduría para ponerla en función de la transmisión de mensajes de carácter moral.

La sociedad colonial iberoamericana es una comunidad fundamentalmente sacralizante, la religión modela el ordenamiento social y todo lo que ocurre en su interior, especialmente lo relacionado con el pensamiento. En este tipo de sociedades, el desarrollo de ciertos temas visuales no tiene por objeto conocer problemas o contextos sino moralizar. Como estas culturas iberoamericanas comenzaban a tener tendencias secularizantes, se desarrollaron modelos visuales no religiosos con un alto contenido moral. Esta era una tendencia de la pintura europea, especialmente bajo la influencia del protestantismo, que trató de incluir tópicos que no eran religiosos pero que tenían evidencias de un mensaje moral. Estas perspectivas, aunque se presentaron en la pintura española, no fueron tan fuertes como en las tradiciones visuales protestantes, por lo tanto, en América, su influencia fue tenue en comparación con la pintura religiosa. Las pinturas alegóricas profanas no trataban de capitalizar antiguos conocimientos, sino que empleaban la antigua sabiduría para ponerla en función de la transmisión de mensajes de carácter moral. Esta afirmación tiene un contexto necesario, pues hay un grupo de alegorías cuyas temáticas tienen raíces en la antigüedad clásica, entre ellas las sibilas y la pintura de virtudes, estaciones, zodiacos y continentes.

Mapa 1. Las estaciones en la proporción regional de las alegorías

El conocimiento acumulado del mundo antiguo, especialmente el heredado por la cultura romana, pasó a la cristiandad con toda la riqueza de sus símbolos. En la Alta Edad Media y en el Renacimiento del siglo XIII se recogió buena parte de ese legado, en el cual los temas que provenían de la mitología se incorporaron al cristianismo con un claro sentido moral. Prácticamente toda la mitología recibió una interpretación desde la moral cristiana. A las sibilas, por ejemplo, que en la tradición griega y romana encarnaban el espíritu profético por lo que eran capaces de adivinar el futuro, en la tradición cristiana se les interpretó en función de las profecías mesiánicas (Sebastián, 1990, p. 285). Igual sucedió con Hércules, quien en la tradición clásica representaba los grandes esfuerzos y trabajos, y en el cristianismo se convirtió en una alegoría de Cristo.

Mapa 2. Las sibilas en el contexto de las alegorías de cada país

La cultura barroca, incentivada por el humanismo del siglo XV, recogió muchos de estos elementos y los integró a las prácticas cristianas pero barroquizadas. A su alrededor se establecieron no solo reflexiones de carácter visual, sino que también se elaboró un complejo sistema teológico y conceptual. De esta manera, las pinturas de las cuatro estaciones tenían un significado relacionado con lo efímero, a veces elaboradas como bodegones, y también se acercaban a la idea del vanitas (Schneider, 1992, p. 76). Por su parte, la pintura alegórica de los cuatro continentes había sido esbozada por Cesare Ripa a finales del siglo XVI (Ripa, 1987 [1593], t. I) y simbolizaba las cuatro partes del mundo, lo que también tenía una clara intencionalidad mística. Las doce casas del zodiaco tenían una simbología apropiada para el cristianismo: podían representar a los doce apóstoles, los planetas se relacionaban con acontecimientos bíblicos y las constelaciones, hechos simbólicos del cristianismo, y se relacionaron con la vida de Cristo (Sebastián, 1989, p. 18). Todos estos temas también combinaban un elemento en común, los animales. En los bodegones, en las estaciones, al modo de naturalezas muertas, en los zodiacos y en los continentes estaban presentes los animales, eran parte del escenario, presentados de un modo moral al estilo de los bestiarios medievales. Estos eran objetos preciados para la alegoría, pues los animales encerraban todo un mundo de posibilidades: comportamientos, ánimos y características inherentes a su naturaleza podían significar acciones humanas, lo que los convertía en un artefacto moral digno de una alegoría. El elefante, por ejemplo, representa la castidad (Ilustración 3, Arca 8614).

Mapa 3. Las virtudes en el contexto proporcional de cada región

Las características temáticas de estas alegorías, aunque populares en Europa, tuvieron poca acogida en América, o sobrevivieron pocos ejemplares de estos temas coloniales. Para mostrar la escasa pintura de estos temas en el conjunto americano se han separado los cuatro temas más importantes para mostrar cómo están localizados en las diferentes regiones. Las estaciones es un tema relativamente tratado en Quito, Nueva Granada y Brasil (mapa 1); las sibilas en Río de la Plata (mapa 2); mientras que las virtudes son fuertes en Charcas (Bolivia) y las colonias anglosajonas (mapa 3); y los zodiacos aparecen en Perú y los territorios anglosajones (mapa 4). Nueva España, Brasil y Perú son los lugares donde con más fuerza se llevaron a cabo representaciones de estos temas, y, eventualmente, en Quito y la Nueva Granada. Algunos temas clásicos particularmente aparecieron en el espacio anglosajón, en el que se emplearon algunas de estas metáforas para configurar las alegorías de poder, un proceso que se dio en el resto de América después de consumada la independencia, especialmente para significar los símbolos de las nuevas naciones independientes.

Mapa 4. El zodiaco en el contexto proporcional de cada región

 

Tiempos seculares

Las temporalidades de cada una de estas temáticas tienen su propia lógica, relacionada con la región donde aparecen y con un entorno de necesidades (gráfica 1). Como se ha mencionado, las imágenes son escasas y muchas veces responden a tres o cuatro series elaboradas a lo largo de doscientos años, es decir, las pinturas de estos temas son poco representativas en cantidad. Sin embargo, las líneas de tiempo ofrecen posibilidades para observar intereses: temas como las estaciones, países y continentes, comúnmente llamados pintura de países, fueron de uso frecuente en Europa durante estos dos siglos, cuando a comenzaba a desarrollarse visualmente la idea del paisaje. Por esta razón, estos temas alegóricos, aunque escasos en América, tuvieron una constante producción a los largo de los dos siglos, con un incremento en la primera mitad del siglo XVIII.

Algunos parecen responder a ciertas modas visuales. Las sibilas están presentes hasta la primera mitad del siglo XVIII y los pocos zodiacos aparentemente son más empleados a mediados del siglo XVII. El apogeo de estos temas parece ubicarse entre 1680 y 1720, periodo que corresponde al momento en que el uso de la alegoría está en su esplendor.

Gráfica 1. Línea de tiempo de alegorías de estaciones, sibilas, virtudes y zodiacos

 

Riqueza secular alegórica

Estos temas alegóricos, como ya se ha mencionado, son escasos y en algunos de los casos hacen parte de series, por lo que no se cuentan como unidades independientes. Las estaciones y continentes, por ejemplo, se pintan en grupos de cuatro; el zodiaco en series de seis o doce; las sibilas en series cambiantes de doce, seis o cuatro imágenes. En este sentido, esta categoría disminuye dramáticamente el número de imágenes si se tiene en cuenta que la constituyen series. En Perú, donde hay veintiún pinturas conocidas de zodiaco, en realidad son cuatro series. En la gráfica de temas clásicos puede apreciarse, no obstante, la proporción para cada uno de estos temas. De estos, el de mayor proporción es el que se ha denominado «continentes, estaciones y países”. El nombre no es arbitrario, pues cubre un conjunto temático que en la Colonia se llamaría, por extensión, de “países”, pues narra situaciones naturales, lo que ocurre en un “afuera”, en el «paisaje».

 

Uno de los temas faltantes de la pintura iberoamericana con respecto a lo que se produce en Europa es el bodegón. De alguna forma lo reemplazan las estaciones, que tienen un sentido alegórico relacionado con las etapas de la vida. Las pinturas de estaciones son igualmente escasas y muchas veces están vinculadas con dioses clásicos romanos, como sucede con la serie de Miguel de Santiago (Justo Estebaranz, 2014, p. 205). Algo similar ocurre con los continentes (Arca 8611), alegoría a la esencia de las cuatro grandes regiones, que se cuentan en  pocas series, algunas de las cuales aparecen en biombos (Arca 865). Es decir, son raras estas representaciones alegóricas, a pesar de que la documentación de la época de los siglos XVII y XVIII revela que eran muy frecuentes como objetos decorativos. En este grupo cabe una curiosa serie, algunas pinturas firmadas por Bernardo Rodríguez y otras por Manuel de Samaniego (Stratton-Pruitt, 2012, p. 287), que se han titulado con el nombre de la nación que representan y tratan de establecer la condición social y moral de las personas que habitaban aquellas regiones, para lo cual emplean alegorías (ilustración 1, Arca 5904). Este tema parece que fue popular en Quito, pues se reconocen al menos tres series, de las cuales se han perdido algunas pinturas. Estas estaban relacionadas con los zodiacos, pues cada una tenía un signo.

Las sibilas, debido a su naturaleza, son de los temas que tienen un patrón más o menos similar. Indiscutiblemente retratan una mujer de medio cuerpo, con una inscripción con su nombre y eventualmente un recuadro con la profecía que se le atribuye según su proceso de cristianización (Arca 1856). En algunas ocasiones se le entrega un atributo que representa la profecía: la cruz, un libro abierto, la caña, etc. Son de las pocas pinturas alegóricas que tienen una estructura visual similar, lo que se debe a la circulación de las estampas que se hicieron populares. Por su parte, el zodiaco tiene un conjunto alegórico interesante, pues cada una de sus casas representa una virtud, más allá de su origen pagano: Géminis representa la caridad entre prójimos, Escorpión, la prudencia, Libra, la justicia, Tauro, la esperanza, etc. (ilustración 2, Arca 11110). Esta forma de atribuir una virtud surge de las características que, por lo general, tienen los símbolos del zodiaco (Ugarte, 2002, p. 214). Otras versiones del zodiaco, como la que se le atribuye a Diego Quispe Tito, establece una relación entre los símbolos y pasajes del evangelio: Piscis remite al milagro de la pesca milagrosa (Arca 2092); Libra, a la parábola de la higuera estéril, etc. (Gisbert y Mesa, t. 1, p. 141).

Ilustración 2. Antonio de Espinosa, Los doce meses del año. Óleo sobre tela, siglo XVII, Nueva España. Colección Los Angeles County Museum of Art (LACMA), Los Ángeles. (Dominio público)

 

Finalmente se encuentran las virtudes y los temas clásicos. Mucho más débiles en cantidad, pueden estar relacionados con los temas clásicos seculares. A diferencia de estos, los pocos aquí presentes no son escenas descriptivas, sino narraciones alegóricas que emplean símbolos que provienen del mundo clásico, por ejemplo, la muy cristianizada representación del Atlas (Arca 4919). Algo similar ocurre con las virtudes, pues estas se materializan en cuerpos femeninos que contienen la caracterización de una virtud, como la caridad, la esperanza, la justicia, etc. (Arca 4143). Las virtudes, de origen romano, se cristianizaron entre el siglo V y VI. La palabra tiene la misma procedencia del vocablo «hombre», vir, viris, aquello que adorna las capacidades de los hombres, luego son cualidades masculinas. El cristianismo se las apropió y les dio forma ya definida en la Edad Media. Estas pocas pinturas son memoria de aquel momento, razón por la cual hacen parte de la tradición clásica.

 

Una lectura de lo clásico en Iberoamérica

No deja de ser peculiar la producción de temas de esta naturaleza en una sociedad tan sacralizada y en la que la relación con la cultura visual secular podía llegar a ser distante. Sin embargo, y como se menciona en otros lugares, los hogares coloniales estaban “decorados” con este tipo de temas, es decir, la pintura no solo tenía una función cultual sino también afectaba el gusto y las necesidades de establecer otros aspectos de reflexión moral. Una característica que vincula estos objetos y su función es la estrecha relación con los efectos de la cultura clásica romana. Esta había sido cristianizada en la tradición medieval, y tuvo gran impacto en el humanismo renacentista, el cual les va a proporcionar un nuevo aire al tratarlos visualmente sin abandonar la condición moral que ya le había incluido el cristianismo. En algunos lugares de la América colonial se desató el gusto por estos tardíamente, para lo cual era necesaria la consolidación del consumo de ese tipo de objetos.

En el contexto iberoamericanodos de estos temas, el zodiaco y las sibilas, hacen evidente esta amalgama, pero con un contenido católico determinante. De los zodiacos iberoamericanos, el que más ha llamado la atención es el del cuzqueño Diego Quispe Tito, fechado hacia 1681. Debido a la rareza del tema ha dado para muchas especulaciones, entre estas que la serie se pintó con fines evangelizadores aprovechando las prácticas astrológicas de los indígenas, o para “extirpar la idolatría de los astros” (Gisbert y Mesa, 1982, p. 157). Sin embargo, ya que su obrador es un pintor indígena, esta serie levanta más suspicacias en relación al vínculo sincrético entre los elementos católicos que representa con los antecedentes indígenas. De este modo, “el tema del zodiaco estaba centralmente ligado a las convicciones religiosas ancestrales, que se cruzaban en el peligroso terreno de la heterodoxia con ciertos planteamientos astrológicos de origen occidental” (Tord, 2002, p. 183). Lo que puede ser interesante de estas pinturas es el carácter interpretativo americano mestizo, que se escapaba a la tradicional concepción renacentista. Pero más allá de las ideas evangelizadoras del cuadro, el problema puede tener otras aristas vinculadas con el humanismo y la cultura letrada barroca. También deben considerarse las relaciones de estas pinturas con la astrología mística y el hermetismo cristiano, tan de moda en el siglo XVII (Mujica, 1996, p. 152).

Ilustración 3. José Teófilo de Jesus, Alegoría de África. Óleo sobre tela, ca. 1800, Brasil. Colección Museu de Arte da Bahia, Salvador. (Dominio público)

 

Algo similar ocurre con las sibilas, personajes míticos con funciones oraculares, cuya representación cristianizada se emplea desde el siglo III. En la historiografía colonial, algunos autores las ubican como un tema relacionado con las nuevas tendencias en la pintura a finales de la Colonia, pero en realidad se están pintando desde el siglo XVII. Hacen parte de las tendencias del humanismo del siglo XVI, de modo que aparecen tempranamente en algunos lugares de América, como el Puebla de los Ángeles (Sebastián, 1992, p. 118). Puntualmente, debe tenerse en cuenta que las series de las sibilas se reprodujeron constantemente en Iberoamérica hasta finales del siglo XVIII, siendo la serie que se encuentra en San Telmo, Buenos Aires, un buen ejemplo, que también puede asociarse a las devociones o necesidades espirituales de comunidades religiosas explícitas, como los jesuitas o los betlemitas (Barrio, 2005, p. 41).

De esta manera, el análisis de esta temática puede partir de otros lugares. El primero de ellos es la reflexión acerca de la ausencia de naturalezas muertas y bodegones como expresión de los vanitas, que lleva a representar el tema en otras condiciones simbólicas, entre ellos las estaciones. El segundo problema es la relativa ausencia de pintura alegórica anglosajona, que, aunque es representada, no tiene, en este contenido digital, tanta presencia como podría esperarse debido al carácter secularizante de la pintura protestante. En tercer lugar se destaca el carácter de la pintura secular, y cómo los países y las alegorías fueron tan importantes, según lo cuentan los documentos. Es decir, el campo de exploración de este tipo de pinturas es bastante largo y complejo.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Barrio, Néstor. (2005). Las doce sibilas de la parroquia de san Pedro G. Telmo. San Martín: Universidad Nacional General San Martín – Fundación Tarea – Gosde.

Gisbert, Teresa y Mesa, José. (1982). Historia de la pintura cuzqueña, 2 tomos. Lima: Fundación Augusto Wiese – Banco Wiese.

Justo Estebaranz, Ángel. (2014). El pintor quiteño Miguel de Santiago (1633-1706). Su vida, su obra y su taller. Sevilla: Universidad de Sevilla.

Mujica Pinilla, Ramón. (1996). Ángeles apócrifos en la América virreinal. Lima: Fondo de Cultura Económica.

Ripa, Cesare. (1987 [1593]). Iconología. Madrid: Akal.

Schneider, Norbert. (1992). Naturaleza muerta. Apariencia real y sentido alegórico de las cosas. Kolhn: Editorial Benedikt Taschen.

Stratton-Pruitt, Suzanne (ed.). (2012). El arte de la pintura en Quito colonial. Filadelfia: Saint Joseph’s University Press.

Sebastián, Santiago. (1990). El Barroco iberoamericano, mensaje iconográfico. Madrid: Ediciones Encuentro.

Sebastián, Santiago. (1992). Iconografía e iconología del arte novohispano. México: Grupo Azabache.

Sebastián, Santiago. (1989). Contrarreforma y Barroco. Madrid: Alianza Editorial.

Tord, Luis Enrique. (2002). La pintura virreinal en Cuzco. En Banco de Crédito del Perú, Pintura en el Virreinato del Perú. Lima: Banco de Crédito del Perú.

Ugarte, Juan Manuel. (2002). Los signos del zodiaco. En Banco de Crédito del Perú, Pintura en el Virreinato del Perú. Lima: Banco de Crédito del Perú.

 

 

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