X
{{cat.name}}
{{singleVars.tipo}}
({{singleVars.numero}})
Las imágenes devocionales cristológicas

Cristología y devociones

La pintura cristológica acomete el centro neurálgico de la tradición cristiana, el eje de la cristiandad: la muerte y la resurrección de Cristo. En los tiempos de la Iglesia primitiva, este acontecimiento central fue el que generó las primeras imágenes del cristianismo. En las catacumbas romanas, lugar en el que se celebraba también el culto y se aguardaba la resurrección de los muertos de acuerdo con la promesa de Cristo, aparecieron las primeras representaciones: el pez y el pan, referencia a uno de los milagros de Jesús, la multiplicación de los peces y los panes, pero fundamentalmente se trataba de un acróstico de la nueva religión. Cada una de las letras de la palabra griega Ictio, que significaba «pez», remitía a una palabra: Jesús, Cristo, Dios, hijo y salvador. Esta imagen condensaba lo principios religiosos del cristianismo: la creencia que Jesús era el hijo de Dios y que era el mesías salvador de la muerte. La segunda imagen significativa fue la representación del Buen Pastor, la cual constituye una de las primeras imágenes de Cristo. De hecho, esta es la imagen que tiene más larga trayectoria dentro del cristianismo y marca como se van a leer y a producir las imágenes crísticas en la tradición barroca.

Mapa 1. Porcentaje de pintura cristológica en relación a la producción total

Antes de poner en el horizonte la producción de las imágenes devocionales de la figura de Cristo es importante contextualizar qué y cómo se producen. En el contexto contrarreformista católico, el carácter barroco de la cultura de los siglos XVI y XVII, marcado por la experiencia del desengaño y la desconfianza a lo que ofrecían los sentidos, incentivaron una mirada a un cristianismo marcado por la muerte y el sufrimiento. Dos siglos atrás, y especialmente después de la peste negra de 1348, el catolicismo había dado un giro a su culto al privilegiar la imagen del Cristo muerto y crucificado por encima del muy medieval Cristo resucitado. El Barroco centró sus energías en explorar la pasión, crucifixión y muerte de Cristo, sin que por esto se dejara de atender su vida pública. Así, el Barroco se detiene a meditar el vanitas, la idea que todo es vanidad de vanidades, y a partir de esta mira cómo los sentidos engañan y la única manera de desengañarse es meditando lo que está detrás de las apariencias sensibles. Esta experiencia privilegia el dolor, el sufrimiento y la muerte. Esta es la razón de ser del Cristo barroco: rostros sufrientes, engalanados en sangre, ahogados en dolor. Culturalmente, esto se expresa en el culto a la muerte, el dolor y la enfermedad como redención personal.

Esta perspectiva permite que el desarrollo visual de la imagen de Cristo tenga muchas formas de representarlo. La mirada se detiene en escenas muy precisas, muchas de ellas son hechos apenas mencionados por los evangelios. Los pintores del Barroco avivan su imaginación, solo hay que observar el largo listado de temas cristológico devocionales del arte colonial iberoamericano que estudia Héctor Schenone (1998). Pero, de todas estas, la mirada privilegia la pasión de Cristo. No hay manera de que los milagros de la vida pública, sus predicaciones o las imágenes devocionales reemplacen la mirada dolorosa y compungida sobre Cristo. En la gráfica de los temas cristológicos puede comprobarse de qué manera el ciclo de la pasión cubre el 84 % de las pinturas, dejando tan solo un 6 % a las pinturas devocionales, un porcentaje pequeño que no es representativo en buena parte de los territorios iberoamericanos. De hecho, la pintura cristológica no es ni el 9 % del total de los porcentajes generales (gráfica). Y este porcentaje se guarda proporcionalmente en la mayoría de las regiones americanas, pero mantiene el mayor número de representaciones en la Nueva España y el Perú (mapa 1, pintura cristológica en América).

Mapa 2. Pinturas devocionales cristológicas en proporción a la categoría

No hay manera de que los milagros de la vida pública, sus predicaciones o las imágenes devocionales reemplacen la mirada dolorosa y compungida sobre Cristo.

El grupo más pequeño de las imágenes cristológicas está compuesto por las devociones a la figura de Cristo, que en su conjunto es la tradicional devoción al Buen Pastor, la visión de la mística Mariana de Escobar llamada el Salvador, y el Salvador Niño, imágenes que no se vinculan con ninguno de los dos círculos tradicionales —la pasión y la vida pública—. La característica general de estas figuras devocionales es que presentan el semblante de Cristo con algún atributo particular. Este tipo de representaciones fueron relativamente populares en la América colonial, particularmente en Quito, la Nueva Granada, Perú y la Nueva España. Como se observa en el mapa 2, estas regiones acumulan buena parte de estas pinturas. Sin embargo, debe tenerse en cuenta a la capitanía de Guatemala, donde también tuvieron aceptación. El punto que articula el culto a estas imágenes también está referido a la idea de su infancia, pues buena parte de estas representan a un Cristo joven.

 

Temporalidad cristológica

Gráfica 1. Línea de tiempo cristológica

La importancia que le otorga el periodo a la pintura cristológica, en especial a los temas de la pasión de Cristo, aparecen reflejados constantemente a lo largo de los dos siglos y medio que estamos tratando (gráfica 1). Es particularmente interesante comparar los tres grandes tópicos cristológicos, la pasión, la vida pública y las imágenes devocionales, y siempre el primero destaca de manera radical sobre los otros dos, con una frecuencia permanente durante los tres siglos.

Gráfica 2. Línea de tiempo de las devociones cristológicas

En cuanto al culto devocional, la línea de tiempo (gráfica 2) permite observar como la imagen del Salvador cubre los tres siglos, mientras que las otras devociones están situadas en temporalidades más concretas. El Salvador Niño, por ejemplo, se centra principalmente en la segunda mitad del siglo XVII, lo cual puede explicarse con las tensiones de la emergencia de la infancia, tan clara en otros temas de este siglo.

 

Modelos devocionales cristológicos

Gráfica 3. Temas devocionales cristológicos

El género de las imágenes cristológicas coloniales está organizado, fundamentalmente, alrededor de los dos núcleos grandes presentados por los evangelios: el ciclo de la vida pública y el de la pasión. Los detalles sobre la infancia y el nacimiento no son importantes, ni en los textos bíblicos ni aún en el periodo barroco. Solo en los evangelios de Mateo y Lucas existen breves menciones a la infancia; Marcos y Juan comienzan sus textos con la predicación de Juan el Bautista. Esta escasez de escenas y relatos sobre la infancia de Jesús muestran que la importancia de la vida y misión de Cristo se centra en el mensaje evangelizador y en los acontecimientos posteriores, dejando la infancia —salvo algunos detalles— a la imaginación de los evangelios apócrifos. Por esta razón, el tema de los primeros años de Jesús paradójicamente no hacía parte de su historia, sino del llamado ciclo de la Virgen o vida de la Virgen.

Ilustración 1. Anónimo, Divino Salvador. Óleo sobre tela, siglo XVII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

Por su parte, los temas cristológicos relacionados con la figura de Cristo, como se ha mencionado, se desenvuelven en cuatro grandes temáticas: el Buen Pastor, el Salvador, el Salvador Niño y un relativo “otros”, que cubre un abanico más o menos amplio de representaciones de la figura de Cristo (gráfica 3). Proporcionalmente, la gráfica de temas devocionales muestra cómo el tema más representado son las imágenes del Salvador, las cuales se abren a su vez en cuatro conjuntos. Están guiadas por modelos muy claros de representación que tienen muy pocas variantes. Cada una de ella tiene una imagen más o menos típica con un atributo, y cambia eventualmente el escenario en el que se inserta la imagen. La primera de ellas es el Cristo Redentor (ilustración 1, Arca 19962), el Cristo de frente sosteniendo al mundo; la segunda, el Cristo Salvador, de cuerpo entero sosteniendo al mundo, a veces con la cruz (Arca 14448); la tercera, el Cristo Salvador Eucarístico, formato similar en el que sostiene la eucaristía (Arca 8135); y, finalmente, una popular imagen, la visión de la monja Mariana de Escobar (Schenone, 1998, p. 29), fundadora de la Orden del Santísimo Redentor, un Cristo de pie, con túnica y capa oscura, a la manera del llamado “Cristo jesuita”, manos cruzadas y algunas veces acompañado por dos ángeles (Arca 16210).

El segundo grupo más numeroso de las figuras de Jesús es la popular imagen del Buen Pastor, que incluso tiene su réplica mariológica en la imagen de la Divina Pastora, en un formato muy similar. Esta imagen es una de las figuras más antiguas para la representación de Cristo, con un doble significado: Cristo pastor de almas y cordero pascual. La figura es alegórica y, por lo general, mantiene el mismo formato: Cristo adulto, con sombrero y cayado de pastor, cargando y/o custodiando las ovejas (ilustración 2). Eventualmente cambian algunos detalles, como la incorporación de Jesús joven, en posición sentada o integrando algunos elementos alegóricos. En su conjunto son imágenes con pocas variaciones, como tampoco existen cambios en la forma de representar al Salvador Niño (ilustración 3, Arca 20033), y proponen el rostro de Jesús adolescente sosteniendo el mundo o la cruz. El tipo de representación de la figura de Cristo tiene riqueza narrativa en la medida en que son ejercicios culturales que imaginan la figura de Jesús: algunas pinturas son alegóricas (Arca 9702) y otras responden a temáticas aisladas; incluso ya avizoraban el culto al Sagrado Corazón, temática del siglo XIX, muy cercana a estas.

Ilustración 2. Anónimo, El Buen Pastor. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Nueva España. Colección Philadelphia Museum of Arts, Filadelfia. (Dominio público)

 

La figura de Cristo

Las representaciones cristológicas hablan de un tiempo específico. Dentro de la gran cantidad de imágenes de Cristo, sobre las que se establecen los fundamentos de la religión, la cultura barroca iberoamericana centró su interés en aquellas que tenían una fuerte relación con el sufrimiento como valor central. Por esta razón son más frecuentes las figuras del rostro de Cristo, cuya representación pone de presente la idea de un Cristo más cercano a la condición humana, y no tanto la figura del Cristo milagroso o resucitado, más cercano a la idea del “hijo de Dios”. Estas figuras trataban de generar un modelo de imitación, la imitatio christi, objetivo de la devotio moderna, cuyo epicentro era lo humano, de modo que se lograban mejores efectos en la meditación, además de crear las condiciones para que fuera identificado con imitadores más humanos, como, por ejemplo, los mártires, ejemplos de vida.

Ilustración 3. Anónimo, Salvador Niño. Óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVIII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Alberto Sierra)

 

Estas imágenes, además de humanizar la figura de Cristo, presentan dos características más que marcan la cultura visual: la idea de la infancia de Jesús, una devoción que está consolidándose desde el siglo XVI y que manifiesta, a su vez, el ascenso del sentimiento moderno de la infancia. Mostrar a Jesús infante o adolescente es una ganancia, pues se trata de ejemplificar la humanidad por encima de su divinidad. Estas imágenes, que exploran el rostro de Cristo, tratan de imaginarlo joven, niño o adolescente, situación que un siglo atrás era imposible de asimilar. Un segundo rasgo importante es la idea del estereotipo físico de Jesús. Los tratados insinuaban que había que representarlo como la suma de la belleza, en él debía concretarse la perfección, pues la belleza exterior era la manifestación de la belleza interior. La cultura visual impone una forma de representarlo con características físicas cercanas a la “raza” de los criollos y europeos. Finalmente, no pueden pensarse las personas sagradas si no es bajo la propia condición étnica, por esta razón, en aquella época triunfaba la imagen del Cristo con el estereotipo racial europeizado, rubio y de ojos claros, el cual se impuso en las imágenes del siglo XIX y XX.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Schenone, Héctor. (1998). Iconografía del arte colonial. Jesucristo. Buenos Aires: Fundación Tarea.

Sebastián, Santiago. (1990). El Barroco iberoamericano, mensaje iconográfico. Madrid: Ediciones Encuentro. Capítulo 5.

 

 

Contenidos recomendados