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La vida de María: la infancia de Jesús

La infancia de Jesús en versión testamentaria canónica

Las series de grabados y pinturas que se produjeron en los siglos XVII y XVIII sobre la vida de la Virgen incluyeron algunos acontecimientos que a partir del siglo XIX se incorporaron al ámbito de la cristología. Este es el caso de la infancia de Jesús, que desde la perspectiva de la espiritualidad barroca estuvo integrado a la mariología. La forma narrativa que se empleaba en los siglos XVII y XVIII para contar una vida pertenecía al género de las vidas ejemplares, el cual tenía un importante sentido dentro de la literatura edificante y estaba claramente constituido como género hagiográfico para los siglos XVI al XVIII (Durán, 2008, p. 106). Este tipo de relato destacaba las virtudes, no necesariamente en un orden cronológico, lo cual contrasta con la aparición de la escritura de la biografía, que se pondría tan de moda en el siglo XIX. En este sentido de vida ejemplar, la infancia de Jesús tiene un papel preponderante no en su propia vida sino en la vida de la Virgen. La espiritualidad contrarreformada respondía a una sociedad en la que apenas se estaba gestando la idea moderna de infancia, entonces los primeros años de Jesús no eran esenciales a su misión salvífica. La infancia no marcaba un carácter específico y, además, los textos evangélicos no pretendían trazar una biografía de Jesús. Por esta razón, el tema de su infancia  sí cumplía un papel central en la vida de la Virgen, pues había sido predestinada desde siempre para cumplir exactamente ese papel: ser madre de Jesús y encargarse de sus primeros años de vida. Así también se forjaba el discurso de la maternidad moderna.

Mapa 1. La infancia de Jesús en el contexto del ciclo de la vida de la Virgen

De hecho, los datos de la infancia de Jesús son escasos en los evangelios canónicos: Mateo solo cuenta la genealogía, la adoración de los Reyes Magos y el acontecimiento de la huida a Egipto; Marcos y Juan no mencionan la infancia de Jesús; y Lucas es quien más narra ese tiempo, dedicándoles tres capítulos a la infancia, que incluye el nacimiento de Juan el Bautista, la visita de los pastores, la circuncisión, la presentación y el episodio de Jesús entre los doctores. De este panorama se derivan dos problemas: los temas de la vida de Jesús aparecen fragmentariamente en dos evangelios, y la mayor parte de las escenas narradas visualmente se toman del evangelio de Lucas, quien propone, sin querer, el plan iconográfico. De fondo hay un tercer problema, y es que, ante la exigua información, la mayor parte de estas pinturas se estructuraron desde la imaginación que suscitan estos textos, a lo que debe agregarse, sin duda, la influencia de los flos sanctorum y distintas versiones escritas sobre la vida de Jesús que imaginaron su infancia.

La procedencia de las escenas de la vida de Jesús que se incorporan a la vida de la Virgen permiten observar los diversos episodios en los que la cultura barroca fija la atención para tratar de insertar una interpretación espiritual. A grandes rasgos, los temas más frecuentes que aportan los evangelistas mencionados son: el nacimiento de Jesús (Lucas, 2:1), la adoración de los Reyes (Mateo, 2:1), la adoración de los pastores (Lucas, 2:8), la circuncisión (Lucas, 2:21), la presentación en el templo (Lucas, 2:22) y los santos inocentes (Mateo, 2:13). Esta última está vinculada a las escenas de la huida a Egipto. El único acontecimiento de pubertad relatado en los evangelios es el de Jesús entre los doctores (Lucas, 2:41), que en edad tiene correspondencia con un tema de carácter místico y apócrifo, el Niño de la Espina, que no tiene ningún sustento bíblico. Existen otros muchos tópicos de la infancia (los milagros de niño o sus juegos), entre muchos posibles que podían ser tomados de los evangelios apócrifos, pero que no tienen la fuerza narrativa de los anteriormente listados.

Estos temas, por supuesto, tienen una amplia cobertura en la Iberoamérica colonial, pues tratan un tema teológicamente sólido tanto para la vida de Jesús en términos de predestinación, como para la Virgen. Estos temas, además, presentan una fuerte relación con las devociones y con la fiesta colonial. Las condiciones de producción son equilibradas para las regiones, pues, como se observa en el mapa 1, los temas de la infancia de Jesús cubren en promedio cerca del 20 % de las pinturas de la vida de la Virgen en cada uno de los países actuales. Se destaca su presencia en Brasil y Charcas colonial. Incluso en aquellas regiones con poca presencia de estas temáticas, como en los territorios anglosajones y Puerto Rico, la infancia es casi una tercera parte de esta producción.

 

Curva de temporalidad

Como ocurre con buena parte de los temas que se producen en la cultura colonial, la producción visual de estos se refleja con más fuerza en el siglo XVII, aunque puede observarse que no hay mayores variantes a lo largo de estos siglos. Sin embargo debe atenderse la historicidad temporal de los subtemas. Algunos, como la Circuncisión del Niño Jesús y el muy barroco Niño de la Espina, que toca el tema de la predestinación, se concentran desde finales del siglos XVI hasta el primer tercio del XVIII. Mientras otros muy populares, como las adoraciones de los pastores y los Reyes Magos, mantienen un ciclo de producción paralelo. En las últimas décadas del siglo XVI se manifiestan los relatos sobre la infancia de Jesús. La producción se agota a finales del siglo XVIII, como se observa en la línea de tiempo (gráfica 1).

Gráfica 1. Línea de tiempo de las pinturas de la vida de María: la infancia de Jesús

 

La infancia de Jesús en imágenes

Los temas de la vida de Jesús que se desprenden de la interpretación y lectura de los evangelios, además de que cuentan con una larga tradición cristiana, tienen proporciones distintas de producción visual, lo que muestra la preferencia de unos sobre otros. En la gráfica sobre los temas de la infancia de Jesús puede observarse cómo las adoraciones ocupan el primer lugar, seguidas por la presentación en el templo y el apócrifo tema del Niño de la Espina. Como característica general, estos temas están marcados por una fuerte estructura visual con pocos cambios, muy usual en las visualidades que vinculan problemas dogmáticos o doctrinales. La adoración de los pastores tiene, por lo general, el mismo formato: el nacimiento es visitado por los pastores ante la mirada de san José y María, y, casi siempre, de los ángeles que anuncian y proclaman su gloria (ilustración 1). Además, pueden advertirse influencias de diferentes grabados, aunque el tema sigue el mismo patrón y cambian fundamentalmente los escenarios. Véanse algunos ejemplos de grabados (Pessca 116A-116B) en los que varían las formas de composición sobre los mismos elementos (Pessca 1388A-2064B).

Ilustración 1. Anónimo, La adoración de los Pastores. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Nueva España. Colección Philadelphia Museum of Arts, Filadelfia. (Dominio público)

 

Algo similar ocurre con las representaciones de los Reyes Magos, aunque esta imagen sí acusa una mayor relación con imaginarios del orden social y cultural de la región donde se producen (ilustración 2, Arca 851). El relato se toma del Evangelio de san Mateo, pero este no cuenta quienes son ni sus nombres. El hecho que sean tres y que sus nombres sean Gaspar, Melchor y Baltasar proviene de las tradiciones medievales inspiradas en los evangelios apócrifos. Este detalle es interesante porque en muchas adoraciones producidas en el Virreinato del Perú se sustituye a uno de los Reyes Magos blancos por un rey inca (Arca 937), lo que le proporciona un ambiente indiano a la pintura. Existen otros ejemplos de este tipo de representación (Chicangana, 2011, p. 221). Es interesante notar cómo se cruza el relato evangélico con la imaginación, y esto aplica a otros aspectos de estas pinturas que se ambientan en espacios urbanos, así como también explora la idea de realeza y, no menos particular, cuenta con la representación del buen negro, sujeto constitutivo de la sociedad colonial que fue invisibilizado por sus discursos. Estas pinturas recogen a los pocos negros que aparecen en las pinturas coloniales. Finalmente, este es uno de los pocos temas cristológicos que tienen representación en la pintura anglosajona, de hecho bajo el mismo formato mencionado (Arca 11520).

En contraste y relacionado con las adoraciones, el nacimiento propiamente del Niño Jesús no tiene ni la dimensión ni el interés que suscitan estos dos temas. Las pinturas son escasas, reflejan a la Sagrada Familia y a los ángeles en el pesebre, pero sin modelos determinados (Arca 11099). Elementos similares se encuentran en las pinturas de la circuncisión y presentación del Niño Jesús (Arca 1448), que, aunque no tienen modelos rígidos, se ajustan a ciertos cánones iconográficos. La presentación de Jesús puede confundirse con algunas, muy escasas, pinturas relacionadas con la purificación de santa Ana (Arca 10180), porque tienen un esquema similar. La estructura básica narra el momento de la entrega del niño a un sacerdote que lo toma o lo va a tomar. Este subgénero, al igual que la escena de la circuncisión (Arca 4284), siempre transcurre dentro de un templo, lo que tiene por intención mostrar el carácter sagrado y el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, que dentro de los cánones barrocos cumple un importante papel.

Finalmente, debe tenerse en cuenta un tema que no tiene antecedentes bíblicos. El Niño de la Espina es uno de los casos tomados de los libros apócrifos y de la devoción barroca, estrechamente relacionado con la aparición de la infancia. Su origen se remonta al monacato cisterciense del siglo XII, encargado de crear la devoción a los distintos pasajes de la vida de la infancia de Jesús. La devoción fue incrementada por los franciscanos en los siglos siguientes. Los místicos de los siglos XVI y XVII fueron quienes difundieron la piedad, que aparecía relacionada con distintos santos, a quienes el Niño Jesús se les aparece y con quienes mantiene diálogos. En la América colonial y España, el tema se desarrolló profusamente en las más variadas situaciones y condiciones.

Ilustración 2. José Juárez, La adoración de los Reyes. Óleo sobre tela, 1655, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Esta iconografía particular del Niño de la Espina (Arca 16595) pretende resaltar el carácter pasionario de la vida de Jesús desde su niñez, más que el estado de gracia de su infancia. Según santo Tomás, el primer pensamiento de Jesús en el momento de su concepción fue para la cruz. Para el efecto de su representación, se utilizó material procedente de la tradición apócrifa que mostraba al niño aprendiendo el oficio de carpintero, que fue como conoció la cruz. El Niño de la Espina es un tema tradicional de devoción popular, empleado para la meditación de los efectos de la pasión. El modelo europeo más explorado y empleado fue el de Jerónimo Wierix, quien trabajó sobre innumerables escenas al respecto. En España, el tema fue representado por Zurbarán, y en la Nueva España, la escena aparece a finales del siglo XVII, mientras que en la Nueva Granada está activo en la segunda mitad del XVII.

 

El carácter hagiográfico de la infancia

La cultura visual no corre independiente de su espacio de producción. Esta afirmación pretende poner en contexto el significado de representar la infancia de Jesús en una sociedad, en la que se forma ese sentimiento. Una de las características de la sociedad barroca fue la transformación de los significados de la santidad, para lo cual se establecieron unos mecanismos para hacerla efectiva. Entre ellos, se le dio una fuerza significativa a la narración hagiográfica y a la definición de la santidad alrededor de las tres principales etapas de la vida: la niñez, la vida adulta y la muerte (Rubial, 1999, p. 39). La primera etapa corresponde a una infancia y adolescencia virtuosas. En la vida de los sujetos ejemplares, allí comenzaban a avizorarse tanto la pureza de vida, las intercesiones milagrosas —entre los que se contaban prodigios y premonición—, y, finalmente, las virtudes. La infancia, entonces, era importante porque concentraba la conciencia de la predestinación o el llamado a la santidad. El nacimiento y la infancia eran excepcionales porque estaban tocados por la gracia de Dios y, en este contexto, se pone en juego el complicado debate barroco de la predestinación. La forma como se señala retóricamente esa elección divina es a través de un primer milagro que Dios obra en aquellas personas elegidas como sujetos ejemplares: se salvan de un acontecimiento peligroso al nacer, revelan un prodigio, por su intercesión ocurre un portento. En el caso de Jesús, se salva de la persecución de Herodes a los santos inocentes.

Ilustración 3. Joaquín Gutiérrez, José y María buscan posada. Óleo sobre tela, ca. 1760, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

Este modelo narrativo estaba inspirado en la vida de Cristo que se contaba en los evangelios, y en el contexto de la aparición de la infancia moderna adquirió más relieve. Pero el modelo se alimentó de otros arquetipos, que paradójicamente sirvieron para estructurar hagiográfica y narrativamente la vida barroquizada de Cristo. Por esta razón, los relatos visuales de su niñez se detienen en ciertos momentos y tratan de proporcionarle elementos al creyente para que medite cómo la vida infantil contiene los signos hagiográficos que posteriormente imitarán los santos o marcarán sus vidas. Estos temas se comportaban como un mundo de intermediaciones a los que el devoto les aportaba sentido, pues recurren a la cotidianidad de la Sagrada Familia. El pintor pretendía hacer de estos un discurso místico a través del cual buscaba trasmitir valores específicos, así como abrir los canales para la creación de la santidad como gran imaginario de la piedad barroca.

Las pinturas enseñaban, entonces, cómo debía ser la infancia, el papel de la familia (ilustración 3), la preparación para la sabiduría, la consagración religiosa, etc. Es decir, enseñaban y dramatizaban los valores dominantes por medio de la narración visual, para afectar al devoto a través del sentimiento. En este sentido, la introducción del tema de la infancia de Cristo en la espiritualidad permitió que se narraran aspectos más humanos y cotidianos de la santidad a la que estaban llamados todos los cristianos. La infancia se caracterizaba por la inteligencia y mostraba cómo podría ser la vida adulta, sus sufrimientos y tribulaciones, todo ello predestinado desde la infancia.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Chicangana Bayona, Yobenj. (2011). Un estudio de representación iconográfica. ¿Un rey mago o un indio? En Max Hering Torres y Amada Carolina Pérez, Historia cultural desde Colombia. Categorías y debates. Bogotá: Universidad Nacional – Uniandes – Universidad Javeriana.

Durán, Norma. (2008). Retórica de la santidad. Renuncia, culpa y subjetividad en un caso novohispano. México: Universidad Iberoamericana.

Pacheco, Francisco. (1649). Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas. Sevilla: Simón Faxardo, impressor de libros, a la Cerrajeria.

Rubial, Antonio. (1999). La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables no canonizados de Nueva España. México: UNAM – Fondo de Cultura Económica.

Sánchez Mesa, Domingo. (1991). Los temas de la pasión en la iconografía de la Virgen. Cuadernos de arte e iconografíat. 4, (7).

Schenone, Héctor. (1998). Iconografía del arte colonial. Jesucristo. Buenos Aires: Fundación Tarea.

 

 

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