X
{{cat.name}}
{{singleVars.tipo}}
({{singleVars.numero}})
La complejidad visual de la Trinidad

Representar lo invisible: la Trinidad

La Trinidad es quizá el elemento dogmático más difícil de representar, por dos razones fundamentales: en primer lugar, se trata del misterio central de la fe cristiana, el cual, a diferencia de otras religiones, propone la unidad de Dios en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En segundo lugar, a esta idea se suma un resultado de la complejidad del concepto: iconográficamente es uno de los temas más susceptibles de reinterpretación y, por esta razón, sus formas visuales tenían el potencial de convertirse en herejía. Desde el siglo IV surgieron diversas explicaciones sobre la naturaleza, la condición de las tres personas y el tipo de comunicación entre ellas. Si bien es cierto que las tres personas están mencionadas en la tradición escriturística del Nuevo y Antiguo Testamento, no hay un tratamiento sistemático sobre la Trinidad, sus relaciones comunicativas y mucho menos sobre su apariencia. De hecho, la palabra “Trinidad” se comenzó a emplear en el siglo II d. C., principalmente por Teófilo de Antioquía y Tertuliano. Estas circunstancias fueron las que abrieron en los primeros tiempos de la Iglesia las interpretaciones que desembocaron en las primeras herejías. Algunas de ellas, como el arrianismo, hicieron temblar los cimientos de la cristiandad.

Mapa 1. Porcentaje de pinturas de la Trinidad con respecto a la pintura de dogma

El asunto se volvió tan complejo que se requirió de siglos y mucha filosofía para que el dogma adquiriera la forma que tiene hoy día (Fries, 1979, t. II, p. 830). El principio teológico que la fundamenta se consolidó en el Concilio de Nicea, en el siglo IV, pero aún el siglo XII seguían las discusiones y las herejías acerca de la condición de la Trinidad. Lo que vale la pena mencionar aquí es la importancia de su representación desde la Edad Media (Maquívar, 2006, p. 48) y la manera como el proceso entró en América.

El tema visual de la Trinidad, central a la tradición católica, está representado en todas las regiones americanas, pero lo que debe analizarse es la riqueza visual que obtiene de las culturas donde se implanta. El mapa 1 presenta unos datos interesantes: en América andina, las representaciones de la trinidad están en porcentajes que promedian el 12 % sobre el total de la pintura dogmática. Mientras que en regiones como Venezuela, Paraguay y Nicaragua, que tenían una tradición visual menor, este tema es muy significativo, porque no hay pintura de otros temas dogmáticos. Igual debe destacarse Brasil, que concentra un porcentaje muy alto de pintura trinitaria con respecto a los temas de dogma. Finalmente, el caso del Virreinato de la Nueva España, donde se presenta una mayor relación y novedad con respecto a la Trinidad, allí se encuentran temas que en otros lugares no serían posibles.

Sin embargo, aquí, más que las cantidades, importa la condición temática que hace que se le preste mayor o menor atención. En la gráfica sobre la Trinidad puede observarse la variedad de temas, de los cuales el 64 % corresponden a las iconografías más tradicionales —las tres personas y el Padre y Cristo crucificado—, pero aun así queda un 36 % de nuevas narrativas, la mayoría de ellas centradas en la Nueva España.

 

Los tiempos de la Trinidad

La producción visual trinitaria en sus diversas formas, como se observa en la línea de tiempo (gráfica 1), se concentra en la primera mitad del siglo XVII, con excepción del tema de la Compatio Patris, que es el único que cubre la segunda mitad del siglo XVI. La producción se reduce significativamente entre mediados del XVII y el XVIII. Además, la mayor parte de los temas mantienen un mismo compás temporal.

Gráfica 1. Línea de tiempo de la complejidad visual de la Trinidad

 

Las imágenes de la Trinidad

La complejidad teológica que acompañó la conformación histórica del dogma de la Trinidad también delimitó las formas visuales como se lo pintaba. La Trinidad, como misterio fundamental de la tradición católica, generó desde la Edad Media un sinnúmero de formas de representación, que evolucionaron de manera singular. En la segunda mitad del siglo XVI, en el contexto de la Contrarreforma, la imagen que más se difundió fue la de tres figuras sentadas (Arca 8194). Sin embargo, esta simple estructura estuvo supeditada a muchas otras formas, en las que intervenían tipos de rostros, indumentarias, símbolos, escenarios, etc. La misma definición iconográfica de Dios como anciano venerable, Cristo representado en un hombre joven y el Espíritu Santo, imagen de una paloma, fue susceptible de muchas variaciones (ilustración 1). Además, la Trinidad aparece en casi cualquier tipo de pintura, pues es uno de los personajes de mayor presencia en la mayoría de los temas (Arca 1502). La gran riqueza de formas trinitarias deja entrever cómo esta iconografía está condicionada por la cultura, que determina sus parámetros estéticos. Se puede notar esta afirmación, por ejemplo, en el tipo de Trinidad que triunfa en el siglo XIX: ya no son tres figuras sentadas, sino el triángulo con un gran ojo en el centro, el «Dios que todo lo ve», representación triunfante de una sociedad vigilante.

Ilustración 1. José Nicolás de la Escalera, La Santísima Trinidad. Óleo sobre tela, siglo XVIII, Cuba. Colección Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana. (Dominio público)

 

Pero cuando se trata de convertir a la Trinidad en un tema por sí mismo, existe una riqueza bastante particular que marca distintas formas de darle significado al misterio más importante de la tradición cristiana, en el cual pueden reconocerse al menos siete formas básicas de representación dentro de la cultura colonial.

La forma más común de pintura, que suma el 36 %, como se observa en la gráfica sobre la Trinidad, es en la que aparecen precisamente las tres personas sentadas, como acaba de mencionarse. En la mayoría de las veces, las tres tienen el mismo rostro, el de Cristo, y se reconocen porque tienen en algún lugar de sus vestiduras un símbolo o un color que los identifica como Padre, Hijo y Espíritu Santo: respectivamente, el sol (blanco), el cordero (azul) y la paloma (rojo). Algunas veces los símbolos cambian: visten indumentaria papal (Arca 1536), usan corona real (Arca 2217) o sus vestiduras son blancas. La riqueza trinitaria es más frecuente en el contexto virreinal de la Nueva España y el Perú. La segunda forma sigue las anteriores pero se constituye, quizá, en el modelo más común en la América colonial: el Padre como hombre anciano, el Hijo con el manto rojo que representa al resucitado y, en medio de los dos, triangulando la representación, la paloma del Espíritu Santo (Arca 3944). Dicha estructura tiene variaciones y está acompañada de diversos elementos, dependiendo de la riqueza narrativa: tiara papal para el Padre, esfera que representa el poder temporal en alguno de los dos y a veces coros angélicos, corte celestial o corona imperial.

Una tercera forma es conocida como Compassio Patris, o compasión del Padre, en la que Dios Padre, como hombre anciano, domina la escena. Sostiene el cadáver fallecido de su hijo, algunas veces crucificado, y está rodeado de ángeles (Arca 3915). Junto a esta se encuentra otra forma, la cuarta, que no necesariamente es trinitaria, pero entra en la clasificación porque hace alusión simbólica a las otras dos personas. Se la denomina Padre Eterno y se trata de un hombre anciano que representa a Dios, generalmente con una esfera que simboliza a Cristo en el mundo y una paloma (Arca 18625). Estos generalmente ejecutan un gesto simbólico con la mano.

Ilustración 2. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, Trinidad trifacélica. Óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVII, Nueva Granada. Colección Museo Colonial, Bogotá. (Fotografía del Museo Colonial/Óscar Monsalve)

 

La quinta forma es quizá la más interesante porque estuvo censurada a partir del siglo XVIII, sin embargo, se produjo con cierta regularidad en la América colonial (Rodríguez Nóbrega, 2003, p. 123). Se trata de las trinidades trifaciales, es decir, un solo cuerpo que tiene una cabeza con tres rostros que representan la Trinidad en una sola persona (ilustración 2, Arca 16741). Idea interesante pero perseguida precisamente por su monstruosidad y porque podía generar engaño y, además, porque era susceptible de “falsas” interpretaciones. Pese a la prohibición, muchas de ellas tienen la característica que aparece en la ilustración 2, poseen un triángulo con inscripciones en las que se relata cómo cada una de las personas de la Trinidad no es el otro, pero son el mismo Dios (inscripción del centro). Una penúltima forma de representación, no muy común pero que tiene diversas versiones en algunos lugares de América, son las trinidades que incluyen a la Virgen María (Arca 10597). En estas versiones aparece la Virgen vestida de blanco, en medio del Padre y del Hijo, y llevando la paloma del Espíritu Santo sobre su pecho. Adicionalmente, incluye una gran esfera con una representación de la Tierra y, alternativamente, una escena del edén para enfatizar a la Virgen como la nueva Eva, y, desde este punto, se muestra un resumen del plan de salvación.

Para finalizar este recorrido, el último conjunto lo conforman diversas y muy ricas formas de representar a la Trinidad que no se ajustan a ninguno de los modelos anteriores y que, conservando cercanamente alguno de los mencionados, su composición se llena de símbolos y formas distintas, muchas de ellas dentro de un lenguaje alegórico o metafórico. Para proporcionar una idea podrían mencionarse al menos tres casos: una pintura que es hiperbólica, es decir, repite la misma idea varias veces: aparece la Trinidad con el mismo rostro, pero incluye a José y María con el niño Jesús, que sostiene un lienzo con el rostro de Cristo adulto coronado de espinas (ilustración 3, Arca 1465); el jardín del Edén con el árbol del bien y del mal, encima una esfera con la Trinidad y, en la parte superior, la Trinidad trifásica (Arca 3928); y la Trinidad de rostros iguales, dispuesta en triángulo dentro de un sol que parece un reloj de tiempo (Arca 15013).

 

La Trinidad en Iberoamérica

La pintura de la Trinidad en la América colonial, como sucedió en buena parte del mundo católico, tiene unos significados sociales complejos debido a la precisión iconográfica que se le exigía, como también a los avatares de representar lo irrepresentable. En la América colonial, la Iglesia fue especialmente cuidadosa en la manera como se ilustraba a la Trinidad porque una representación elaborada por fuera de los cánones no solo podía ser herética, sino que también ponía en juego la defensa de la fe frente a los indígenas. El cuidado en las representaciones pretendía crear mecanismos para no confundirlos con formas de pintura que podían prestarse para ambigüedades, y la pintura de la Trinidad era una de aquellas que tenían varias posibilidades. El principal problema era cómo representar lo irrepresentable a partir de elementos metafóricos o alegóricos que explicaran la esencia del dogma, principalmente cómo mostrar visualmente la existencia de tres personas distintas y una sola naturaleza.

Ilustración 3. Andrés López, La Trinidad del cielo y la Trinidad de la tierra. Óleo sobre lámina, siglo XVIII, Nueva España. Colección Museo Nacional de Arte, México. (Dominio público)

 

Sin embargo, y a pesar de los modelos mostrados anteriormente, se presentaron debates alrededor de algunas de las representaciones. De los distintos modelos se destacan la Trinidad trilliza y las trinidades trifaciales, pues ambas despertaron la vigilancia de la Iglesia y no estuvieron exentas de discusiones. Las trinidades trillizas son comunes en la América Colonial, principalmente en la Nueva España, y representan a las tres personas con el mismo rostro. Esta forma de simbolización abre la cuestión sobre la historia de la iconografía trinitaria, pues, aparentemente, se empleó en el siglo IV para luchar contra la herejía arriana. Al parecer entró en desuso en la tradición cristiana, pero en la América colonial se empleó, pese a las prohibiciones explícitas de la Iglesia, porque permitía explicar de manera clara el confuso sentido teológico de la Trinidad (Rodríguez Nóbrega, 2003, p. 146). Algo similar ocurrió con las trinidades trifaciales, que, a pesar de tener un fuerte sentido teológico y alegórico como expresión de unidad trinitaria, estuvieron prohibidas por la Iglesia católica por las reminiscencias con deidades paganas, el vínculo que tenían con lo demoniaco y el carácter monstruoso y poco estético (Maquívar, 2006, p. 286). Sin embargo, se reprodujo con relativa frecuencia en la América colonial, lo cual es posible que se diera por falta de información de pintores y comitentes, así como también de las autoridades eclesiásticas encargadas de vigilar este tipo de producción.

Un último aspecto que debe tenerse en cuenta es que las representaciones de la Trinidad no solo se limitan a estas escenas dogmáticas, sino que aparecen en buena parte de la iconografía colonial, convirtiéndose en uno de los elementos más comunes para llevar a cabo la representación de Dios. En las pinturas coloniales prácticamente no se encuentran ejemplares que representen de manera aislada a alguno de los tres componentes de la Trinidad, con excepción de Cristo, que por sí mismo es una categoría. Pero cuando se trata de la Trinidad como personaje “secundario” en el tratamiento de un tema, la idea de Dios aparece pintada en su forma trinitaria. De esta forma es frecuente encontrarlo en las sagradas familias y los regresos de Egipto (Arca 1502); en muchas escenas de la vida de la Virgen, como la coronación o la asunción (Arca 456); en las visiones de los santos (Arca 81); en las pinturas escatológicas, como juicios finales, eucarísticas y purgatorios; con los ángeles; y en los exvotos y en muchas pinturas de carácter secular, es decir, acompañando lo cotidiano.

 

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Fries, Heinrich. (1979). Conceptos fundamentales de la teología, t. II. Madrid: Ediciones Cristiandad.

Maquívar, María Consuelo. (2006). De lo permitido a lo prohibido. Iconografía de la Santísima Trinidad en la Nueva España. México: Conaculta – Inah – Miguel Ángel Porrua.

Rodríguez Nóbrega, Janeth. (2003). Censuras en la pintura colonial venezolana: El caso de la trinidad trilliza. Arte, Estética y Cultura, 17-18.

 

 

Contenidos recomendados