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Antes de comenzar

La pintura que podemos apreciar más abajo es una de las pocas representaciones americanas que nos permiten imaginar cómo se llevó a cabo el oficio de la pintura en el siglo XVIII (Arca 1111). Se trata de un taller en el que el pintor está haciendo un retrato. A su lado, el aprendiz sostiene un grabado mientras que atrás el oficial prepara las telas. Es la tradicional tienda de un obrador colonial: al mismo tiempo que practica está enseñando el oficio. En las paredes cuelgan pinturas y grabados de distintos temas, marcos y cuatro cabezas de escultura. Esta imagen pone de presente que existe una compleja cultura visual en la América colonial, pues detrás de cada elemento que compone la pintura hay una pregunta distinta: ¿quién pinta? (el obrador y su lugar social), ¿para quién se pinta? (comitentes), ¿qué es la pintura? (ideologías y tratados), ¿cómo se pinta? (prácticas y técnicas), ¿para qué se pinta? (función), ¿dónde se pinta? (el taller, la academia), ¿por qué se pinta? (historia de las artes) y ¿qué se pinta? (temas).

Anónimo, De albina y español nace tornatrás. Óleo sobre tela, 1785, Nueva España. Colección particular.

 

Este libro digital parte de la última pregunta, ¿qué se pintó en la América colonial? La historia de los temas se enlaza con las otras preguntas, de modo que el libro se propone como una introducción a la historia de la cultura visual colonial a partir de la pintura. Para comprender el sentido de este oficio se tomaron como base varios presupuestos. El primero de ellos define “arte colonial” como una construcción cultural que se llevó a cabo en el siglo XIX en la mayor parte de las regiones americanas, época en la que se comenzó a investigar, recolectar y hasta coleccionar pinturas. De este modo se creó una semblanza de lo que se denominó “pintura colonial”, cuyas características se elaboraron a partir de los significados culturales de la formación de los Estados nacionales. A la pintura se le buscaron artífices que representaban la “identidad nacional”, una especie de profetas de la futura nación. Cristóbal de Villalpando en México, Miguel de Santiago en Quito y Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos en Nueva Granada, por ejemplo, encarnaban a «creadores» de nacionalidad, no a hacedores de pinturas coloniales. Desde entonces, en buena parte de América se inició el coleccionismo de estas obras, para lo cual se fijó un canon que tomaba como punto de partida los parámetros estéticos europeos: se dictaminó su calidad en referencia a lo europeo y se eligieron algunos temas como válidos y representativos del llamado arte colonial. Sin embargo, la pintura americana tiene su propia originalidad visual, en buena medida independiente de la europea e incluso desarrolla temas autóctonos, como se observará más adelante.

Esto nos introduce el segundo presupuesto: el “arte colonial” abarca mucho más que el término contemporáneo de “arte”. La interpretación de la obra visual producida entre mediados del siglo XVI hasta las primeras décadas del siglo XIX —los extremos de este libro— propone varios problemas que deben abordarse: en primer lugar, se trata de un “arte mecánico” pese a los incipientes debates novohispanos sobre su condición de “arte liberal”. En la mayoría de las regiones culturales se ejerce la pintura como un oficio manual. En segundo lugar, la idea de lo “colonial” surge de una conciencia histórica del siglo XIX, no es, entonces, un término que autoidentificara a quienes vivían en América, por tanto, “arte colonial” es una construcción valorativa, que, aunque ya es una convención, determina un tipo de cultura visual. En tercer lugar, ni la producción de temas ni las características técnicas o estilísticas son homogéneas. Es decir, esto obliga a hacer un mapa de la producción visual en la América colonial, porque lo que se pinta responde a muchas variantes que ponen en cuestión la calidad y cantidad de las pinturas. Y en cuarto lugar se encuentra el problema que nos ocupa, qué se pintó, y este recoge no solo lo mencionado sino que también abre otros interrogantes.

Hacer una historia de los temas y a partir de esto indagar por la cultura visual es posible desde muchos ángulos. Puede hacerse desde los pintores y sus documentos, la tratadística española, los testamentos, las dotes, los contratos de elaboración y otras formas escritas. Todos presentan ventajas, pero también ausencias, pues a lo largo y ancho de América fue desigual la manera como se llevó a cabo la cultura escritural, los contratos y hasta el consumo de estos artefactos que llamamos «pinturas». Para tratar el tema en este libro se ha escogido aquello que es común para toda América, la pintura como objeto visual, especialmente la de caballete, aunque eventualmente se tienen en cuenta otros soportes —la pintura de techos en Brasil y algunas pinturas murales y en objetos—, lo que permite la comparación temática.

Entonces el punto de partida es este: las pinturas como artefactos que reflejan la cultura visual a través de sus temas permiten observar qué dicen de sí mismas y de la sociedad de la que provienen. Este e-book es el resultado de la recolección y análisis de 19.500 pinturas, una cantidad significativa pero al mismo tiempo escasa en términos del volumen de lo que debió existir en el continente. Sin embargo, el corpus es lo suficientemente representativo como para trazar una tentativa de lectura colonial. Esta propuesta entonces tropieza con un obstáculo: no existen los archivos visuales como sí existen los archivos documentales. La obra “colonial” se encuentra dispersa en cientos de lugares: museos, iglesias, conventos, instituciones oficiales y privadas, colecciones, etc. Los repositorios o lugares donde se acumulan las imágenes son escasos, por lo que el primer trabajo fue crear un archivo propio para estas 19.500 pinturas, un contenido digital que se denomina Arca (Arte Colonial Americano). A diferencia de los libros tradicionales en los que el investigador escoge y fragmenta sus datos para construir el documento, este e-book tiene una particularidad: la base de datos digital está abierta al lector, a la cual se le han añadido dos herramientas basadas en big data y particularmente en data mining, ventajas de la cultura digital y de las humanidades digitales.

Este e-book se divide en doce secciones que en total tienen 85 entradas, cada  una con sus respectivo título y numeración; y al final del libro hay un grupo de veintiún textos adicionales que he denominado contextos. Las 84 entradas que le siguen a esta tratan precisamente de las problemáticas sociales, culturales y visuales que se encuentran detrás del qué se pintó en la América colonial. La pregunta se puede hacer más compleja: ¿de qué modo los temas visuales que elige una determinada cultura colonial manifiestan los valores particulares de la sociedad que los produce? Esta pregunta manifiesta dos problemas que tratan de explicarse aquí: una geografía y una historia de los temas visuales, sus significados, condiciones y maneras de resolverlos; y lo que estos manifiestan de la cultura visual de América entre los siglos XVI al XIX. En entornos sociales muy diversos, los pintores americanos adoptaron los temas tradicionales de la pintura europea, de manera que estos respondieran a las necesidades de sus culturas particulares. De esta capacidad de adaptación es de lo que se trata Los ingenios del pincel. Aquí se trata de tomar la totalidad de las regiones americanas para ver problemas del conjunto y comparar, más allá de los actuales Estados nacionales, las regiones “coloniales”. Por esta razón se toman en conjunto las Américas anglosajona, lusitana e hispanoamericana, para observar sus diferencias y similitudes en relación a sus propios contextos.

La primera sección de este libro pretende contextualizar y problematizar el oficio de la pintura y sus características regionales; las once secciones restantes corresponden a un gran tema visual (retrato, cristología, alegorías, etc.). Cada sección tiene un número variable de entradas, que presentan el análisis de los subtemas. El lector puede seguir la propuesta del autor o hacer su propia ruta, personal o aleatoria, pues cada entrada es independiente, por lo que se pueden leer en cualquier orden. En este sentido, este es un verdadero e-book, una propuesta no argumental y no lineal, hipertextual, interactiva e inmersiva. Por esta razón cada entrada sugiere otras entradas, que están relacionadas con distintos recursos visuales, documentales y narrativos que atraviesan la cultura visual americana: estos son los videos, las infografías, los documentos, los gráficos, los contextos generales, los mosaicos y los mapas. Estos últimos, generalmente, muestran la cantidad proporcional de pinturas de un tema de acuerdo con la cantidad total de pinturas de ese país. Una buena parte de estos materiales se identificó con base en minería de datos, lo que hizo posible considerar problemas que las metodologías tradicionales no habrían podido determinar. Entonces las diecisiete primeras entradas pretenden plantear problemas relacionados con la historia de la pintura y su geografía en América. Las 68 restantes desarrollan los temas y tienen las mismas seis partes: una problematización histórica y geográfica del tema, una línea de tiempo, los modelos y patrones visuales de ese tópico, una problematización del impacto en la cultura visual y, por último, una sugerencia de entradas y bibliografía recomendada. Como ayuda a la lectura «no lineal», los aspectos históricos, que usualmente aportan la estructura argumental a un texto, se encuentran al final del libro. Son veintiún escritos, denominados contextos, que permiten entender el periodo y el problema de la cultura visual.

El objetivo, entonces, es ofrecer recursos que traten de hacer más rica la experiencia visual americana. Es así que el texto se abre para que el lector pueda continuarlo.

 

 

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