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Doctrina y dogma

Los fundamentos de la ortodoxia católica

Los dos pilares más importantes de la Iglesia católica son la doctrina y el dogma. La doctrina proviene de la Iglesia primitiva y está contenida en los libros sagrados que el cristianismo definió como los canónicos, es decir, integrados al canon de la revelación: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El dogma, por su parte, es “todo aquello que es proclamado por el magisterio de la Iglesia como verdad revelada de fe y aceptado por los fieles en la profesión de la misma fe” (Fries, 1979, I, p. 366). En otras palabras, se diferencia el dogma de la doctrina en la medida que el primero son enseñanzas, interpretaciones y políticas que se derivan de la doctrina, la cual es inmutable. Los dogmas eran habitualmente declarados a través de un concilio o, en algunas ocasiones, como una decisión ex catedra, proclamada por un papa o un doctor de la Iglesia. Por ejemplo, la Iglesia primitiva no tenía concepto de Trinidad, este fue definido entre los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381); la Inmaculada Concepción no está explícitamente en el Nuevo Testamento, es dogma proclamado en 1854 por Pío IX. Este, junto con la asunción de la Virgen (1950) y la inefabilidad papal, constituyen los últimos dogmas de la Iglesia.

Las herejías fueron las promotoras de la mayoría de dogmas. Estas son una fisura en la doctrina, que es subsanada mediante una declaración incuestionable, el dogma. Estos movimientos se desarrollaron a lo largo de la historia del cristianismo, desde sus orígenes hasta el fin del periodo medieval, y se enfocaron tanto en cuestiones doctrinales como dogmáticas. Las herejías tempranas trataron temas que no estaban claros en la doctrina, como, por ejemplo, la virginidad de María, las relaciones entre el Padre y el Hijo, o la relación de estos con el Espíritu Santo. El patropasionismo, por ejemplo, sostenía que Jesús era igual a Dios, lo que iba en contra de la separación de las tres personas. O el arrianismo, el cual sostenía que la figura del Hijo era inferior a la del Padre, pues el segundo había sido creado por el primero; o el gnosticismo, que afirmaban que Jesús era un ser divino pero distinto de la figura de Dios. En consecuencia, los concilios realizados por la Iglesia sirvieron para ayudar a definir cuál sería el entendimiento ortodoxo de las doctrinas.

Los concilios ecuménicos jugaron un papel fundamental en la definición del dogma, tal como el Concilio de Nicea, el cual condenó el arrianismo y estableció la doctrina de la Trinidad como se entiende hoy en la mayor parte del mundo cristiano. Para el momento de la Reforma, el problema central radicaba en el dogma. La oposición de Lutero a la Iglesia católica no nacía de una crítica a los principios centrales de la Iglesia sino a las prácticas y políticas oficiales que se desprendían de la interpretación de la doctrina. Tal es el caso de su posición frente a las indulgencias, la transubstanciación, el poder de la acciones para alcanzar la salvación, la interpretación de la gracia divina y la infalibilidad papal. Las iglesias reformadas rechazaron casi todos estos elementos que habían sido adquisiciones históricas.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Atherstone, Andrew. (2015). Reformation: A World in Turmoil. Oxford: Lion Hudson PLC.

Ehrman, Bart. (2014). How Jesus Became God: The Exaltation of a Jewish Preacher from Galilee. Nueva York: Harper One.

Fries, Heinrich. (1979). Conceptos fundamentales de la teología, t. I. Madrid: Ediciones Cristiandad.

Johnson, Paul. (2010). La historia del cristianismo. Barcelona: Ediciones B.

 

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