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Iglesia primitiva

El modelo que originó todo

Se conoce como Iglesia primitiva a los tres primeros siglos de la historia de las distintas comunidades cristianas que aparecieron en el mundo mediterráneo después de la muerte de Jesús, cerca del año 30, hasta el Concilio de Nicea, convocado por el emperador Constantino en el año 325. Este periodo se caracteriza por la lenta transformación del cristianismo de una secta judía a una religión de carácter universal, la definición del canon de escritura, los distintos periodos de persecución (unos más intensos que otros) y las múltiples controversias alrededor de los temas que habrían de constituir la ortodoxia cristiana, como la naturaleza de Cristo, los medios de la salvación, la naturaleza del sacerdocio y la relación de las tres personas de la Trinidad. Este periodo puede ser dividido en tres grandes momentos: una primera expansión (30-125), la transformación de secta a Iglesia (125-250) y las persecuciones y legalización (250-325).

Después de la muerte de Cristo apareció un gran número de comunidades de seguidores de sus enseñanzas y las de Pablo de Tarso. Este periodo inicial se encuentra caracterizado por la obra de profetas carismáticos, los cuales se encargaban de llevar el mensaje a las distintas ciudades de la cuenca del Mediterráneo. Se trataba de pequeños grupos sin una formación jerárquica y legal uniforme a todas las iglesias. En estos años, la principal controversia giraba alrededor de la posibilidad de que los gentiles pertenecieran a la nueva secta, lo cual parecía contraponer las enseñanzas de la Iglesia de Jerusalén. Esta situación quedó zanjada con la destrucción de la comunidad en el año 70, cuando los romanos asediaron Jerusalén y arrasaron el templo. Aun así, la secta fue capaz de recomponerse a esta catástrofe con la producción de textos propios, como los cuatro evangelios, el Evangelio de Tomás, los Hechos de los Apóstoles y las cartas originales de Pablo. Así mismo generaron una tradición, una creciente vinculación a medios helenísticos y la formación de un episcopado monárquico en las distintas iglesias. Por esta época, el naciente cristianismo era una secta judía, que en las décadas siguientes se constituiría en religión independiente y diferenciada.

Desde comienzos del siglo II a mediados al siglo III se observa un proceso de transformación de las sectas cristianas a una Iglesia con redes de comunicación e instituciones que facilitaban su incorporación a la sociedad imperial. Para el efecto, se expandieron en las grandes ciudades imperiales, como Alejandría y Cartago, y aparecieron los apologistas que dan forma a lo que podría llamarse una “filosofía cristiana”, tales como Justino Mártir, Orígenes, Clemente de Alejandría, Hipólito de Roma y Eusebio de Cesárea. Sin embargo, con la formación de la Iglesia cristiana empezaron las discusiones sobre los preceptos doctrinales, lo que llevó a la aparición de movimientos que luego serían catalogados de heréticos, como el gnosticismo, el montanismo, el cisma marcionita y el docetismo.

Precisamente, fue la necesidad de hacer frente a estas nuevas ideas lo que permitió el perfeccionamiento de la estructura eclesiástica: se fortaleció el episcopado monárquico ante el episcopado múltiple en todas las diócesis; aumentó la profesionalización de los presbíteros, de modo que pudieran defender más fácilmente la tradición eclesiástica; y se incrementaron las relaciones intereclesiásticas por medio de la convocatoria de sínodos y concilios. Entre sus resultados, se formó un canon definido de escritura que hiciera frente a las ideas heterodoxas.

La crisis del siglo III vio un incremento de la Iglesia en la medida que individuos buscaban en esta nueva religión un consuelo espiritual a las dificultades terrenales que la tradición pagana no podía proveer. Sin embargo, esto llevó también a una creciente persecución por parte de las autoridades imperiales, siendo las más brutales las adelantadas por los emperadores Decio (249-251) y Diocleciano (284-305), las cuales mermaron los números de cristianos pero no lograron desmantelar la Iglesia, lo que es testimonio de su proceso de institucionalización. La situación del cristianismo se estabilizó finalmente con la conversión de Constantino en el 312, antes de la Batalla del Puente Milvio, y su legalización con el edicto de Milán en el 314. A partir de ahí, la Iglesia y el Estado entrarían en una condición de coexistencia y cooperación creciente hasta la oficialización del cristianismo como única religión del Imperio en el edicto de Tesalónica, en el 380. La Iglesia primitiva se idealizó posteriormente como la época de oro, en la que había primado el evangelio sobre el poder, y en la cual no se habían institucionalizado tan radicalmente los dogmas.

 

 

Referencias bibliográficas y lecturas recomendadas

Ehrman, Bart. (2014). How Jesus Became God: The Exaltation of a Jewish Preacher from Galilee. Nueva York: Harper One.

Johnson, Paul. (2010). La historia del cristianismo. Barcelona: Ediciones B.

Trocmé, Étienne. (2005). El cristianismo desde los orígenes hasta el Concilio de Nicea. En Historia de las religiones, t. 5, Las religiones en el mundo mediterráneo y en el Oriente próximo. México: Siglo XXI Editores.

 

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