Se entiende por la Reforma o Reforma protestante el fracturamiento de la comunidad católica en Occidente durante el siglo XVI. El proceso comenzó con Martín Lutero, miembro de la Orden de los Agustinos, que dio lugar a toda una serie de nuevas doctrinas y sectas cristianas, las cuales fueron llamadas iglesias reformadas. En 1517, Lutero fijó en la catedral de Wurtemberg sus famosas 95 tesis criticando al papado, por lo que esta suele ser la fecha reconocida en la historiografía como el momento inicial de la Reforma. La verdad es que Lutero tomó elementos de movimientos sociales que atacaron al papado en años anteriores, como los husitas o los lolardos, para elaborar sus críticas. La Reforma no se limitó solo a Lutero sino que dio lugar a una gran cantidad de pensadores que hicieron nuevas propuestas para entender el mensaje cristiano, entre ellos Calvino, Melancthon o Zuinglio. De aquí se desprende que el proceso de desmembramiento de la societas christiana en el mundo católico haya generado muchos movimientos religiosos en lugar de solo dos bandos directamente enfrentados.
La reforma de Lutero se encontraba fundamentada en dos elementos propios de su experiencia personal. Por un lado, le preocupaba la naturaleza pecaminosa del hombre, la cual lo hacía incapaz de cumplir todos los preceptos de la ley de Dios y, de esta manera, ser merecedor de la salvación. Esta idea se vio acentuada por su viaje a Roma en 1510, donde vio lo que consideraba la inmoralidad y blasfemia de la Ciudad Eterna. Por otro lado, y vinculado con su visita a Roma, Lutero estaba profundamente perturbado por las prácticas tradicionales y creencias del catolicismo que, de una u otra forma, podían ser caracterizadas como supersticiosas (o al menos así lo eran para muchos críticos) y que no tenían ningún asidero en los textos sagrados. Estas incluían la venta y compra de indulgencias, los peregrinajes, el purgatorio, las reliquias o el culto a las imágenes.
Estas preocupaciones llevaron a formular las declaraciones doctrinales más famosas de la Reforma: la creencia que solo hay salvación por la fe (sola fide) y la fundamentación de la doctrina en la escritura bíblica (sola scriptura). Inspirado en las epístolas de Pablo, principalmente en los pasajes del primer capítulo de la Carta a los Romanos (sobre todo Romanos, 1:17, donde dice “La justicia de Dios se revela en el Evangelio y el justo vivirá por la fe), Lutero condenó la institucionalidad católica. Para él, estaba fundada en falsos preceptos que de ninguna manera llevaban a la salvación y que no tenían ninguna sustentación en la base escritural del cristianismo. Por consiguiente, si las prácticas institucionalizadas por la Iglesia no podían salvar al individuo, la conclusión era que solo la gracia de Dios (sola gratia), la cual era dada libremente por un padre bondadoso, podía redimir a la humanidad; gracia que solo podía ser accedida por medio de la fe.
La propuesta de Lutero se volvió pública en el otoño de 1517, en el contexto de la controversia de las indulgencias. En ese año, el papa León X lanzó una gigantesca campaña de venta de estos “perdones” para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. La corrupción alrededor del tema de las indulgencias (las cuales podían ser compradas incluso para apresurar el paso de los difuntos por el purgatorio) llevó a que Lutero publicara sus 95 tesis el 31 de octubre de ese año. El texto se expandió como pólvora. Aunque fueron muchos los que criticaron a Lutero, fueron igualmente muchos los que lo apoyaron. El escrito rápidamente fue traducido al alemán, e impreso y distribuido por las tierras del Sacro Imperio Romano. La complicada situación del Imperio favoreció a Lutero, ya que aunque el emperador Carlos V era católico, muchos de los gobernantes locales decidieron apoyar las ideas de Lutero y darle protección, lo que imposibilitó que las autoridades papales e imperiales pudieran arrestarlo.
Esta seguridad le dio el espacio a Lutero para ampliar su pensamiento, al punto que en 1520 alegaba por la universalidad del sacerdocio. Su idea central era que, para todos los creyentes, la relación con Dios era personal y se lograba por medio de la lectura directa de las Escrituras, por lo que potencialmente cualquiera podía ser un sacerdote, lo que hacía innecesaria toda institucionalidad eclesiástica. En 1521, la dieta celebrada en Worms condenó a Lutero y todas sus enseñanzas, lo que llevó a la creación de una alianza militar de todos los príncipes protestantes para defender sus nuevas creencias. Esta medida, que resquebrajó la unidad religiosa del Sacro Imperio Romano, generó una serie de conflictos militares entre los bandos católicos y protestantes. Para devolverle algo de estabilidad a la región, ambos bandos firmaron la llamada paz de Augsburgo, en la cual se reconocía el derecho de aquellos príncipes que así lo desearan de seguir las ideas de Lutero. La Reforma había logrado asentarse exitosamente.
La apertura del pensamiento religioso adelantada por Lutero creó un nuevo espacio para que muchos otros empezaran a hacer críticas a la Iglesia y propusieran interpretaciones propias sobre el mensaje de Cristo. Esto tuvo como resultado la aparición de muchas nuevas formas de cristianismo con distintos mensaje, algunos enfrentados entre sí. Por ejemplo, la reforma adelantada por Juan Calvino en Suiza adoptó las ideas de Lutero de sola fide, sola scriptura y sola gratia, pero hacía énfasis en la importancia de la predestinación, por medio de la cual sostenía que desde tiempo inmemorial Dios tenía el conocimiento de quienes serían salvados y quienes condenados. Las propuestas de Zuinglio en Zúrich dieron lugar a un movimiento más radical que rechazaba que el cuerpo de Cristo estuviera presente en la eucaristía, suprimía la misa, eliminaba la presencia de cualquier imagen en las iglesias y acababa con el celibato sacerdotal (Zuinglio contrajo matrimonio a raíz de esto). Esta forma más radical tuvo que ser extirpada de manera violenta en las guerras de Kappel. En Inglaterra, en cambio, se dio una reforma más moderada del protestantismo. Adelantada primero por Enrique VIII y finalmente consolidada por su hija Isabel I, combinaba una doctrina protestante básica al tiempo que mantenía parte de la institucionalidad y el rito católico. Para comienzos del siglo XVII era claro que el mundo católico se había divido de manera irreversible, tal como lo haría patente la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
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