La Compañía de Jesús, mejor conocida como la orden de los jesuitas, fue fundada por san Ignacio de Loyola en 1521 y aprobada canónicamente en septiembre de 1540 por Pablo III en la bula Regimini Militantis Eclessiae. En esta bula se exhortaba a los miembros de la nueva orden, en un claro lenguaje militarista, a “portar las armas de Dios, bajo el estandarte de la cruz, y a servir al Dios único y al pontífice romano, su vicario en la Tierra”. Es la orden más importante fundada en el movimiento de la Contrarreforma, que surgió como respuesta al protestantismo de Lutero y otros reformistas del siglo XVI. El principal objetivo de la Compañía, según fue redactado en los artículos fundacionales por Loyola, era “la propagación de la fe mediante el ministerio de la palabra, los ejercicios espirituales y las obras de caridad”, haciendo especial hincapié en la “enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y a los ignorantes”. Los jesuitas fueron un ejemplo de las nuevas demandas a las que se enfrentaba el clero católico por parte de la sociedad del siglo XVI, tales como el auge de una sociedad más urbana y “burguesa”, una cultura religiosa más amplia y la controversia con nuevas confesiones rivales en Occidente, demandas con las cuales la vida estática del claustro podía difícilmente competir.
La Compañía de Jesús tuvo desde el principio una especial preocupación por la evangelización y la expansión del mensaje católico, tanto en las tierras no cristianas de América y de Oriente como en las comunidades protestantes de Europa. Esto llevó a que se hiciera un especial énfasis en la formación de sus miembros, la cual consistía de dos años de noviciado y dos de estudios literarios y científicos, seguidos de tres años de estudios filosóficos y cuatro años más de teología. El jesuita era ordenado sobre el tercer año de estudios teológicos, momento para el cual debía estar cerca de los treinta años de edad. Este proceso de aprendizaje llevaba a una profunda formación de los futuros jesuitas, objetivo central de la Reforma católica, y a la erradicación de las ambiciones personales, lo cual fortalecía la estructura jerárquica de la Compañía. A diferencia de otras órdenes religiosas, los jesuitas hacían menos énfasis en los signos externos de austeridad y mortificación, prefiriendo, en cambio, la formación, la introspección, la oración mental y la meditación. Esto se debe a que, debido a su esfuerzo evangelizador, se esperaba que actuaran en el mundo en lugar de apartarse de él.
En consecuencia, la Compañía de Jesús se caracterizó por sus actividades misioneras en sitios como India, China, Japón, Canadá y en los territorios americanos de las coronas portuguesa y española. Esta actividad misionera la facilitaron los privilegios otorgados a la Compañía por parte del papado desde su fundación, como la exención de la jurisdicción episcopal, el derecho a predicar y distribuir los sacramentos en cualquier sitio, y el poder para conferir grados universitarios. Este último facilitó la fundación de instituciones de educación jesuíticas en Europa y en los territorios de ultramar, como la América colonial. Esta relativa independencia de la orden favoreció ampliamente su rápido crecimiento: de cinco mil miembros en 1581, pasó a cerca de dieciséis mil en 1625. Sin embargo, dicha autonomía también la llevó a fuertes choques con las autoridades laicas, las cuales veían con recelo el poco control que podían ejercer sobre esta fuerza transregional, siendo un buen ejemplo la expulsión y supresión de los jesuitas de los territorios españoles en 1767 por parte de Carlos III.
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